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Oficio de lectura,
sábado XV del tiempo ordinario
Este
sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo
Tratado de san Ambrosio,
obispo, sobre los misterios.
Núms 52-54.58
Vemos que el poder de la gracia
es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún hacemos cálculos sobre
los efectos de la bendición proferida en nombre de Dios. Si la bendición
de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la
misma consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y
Salvador en persona? Porque este sacramento que recibes se realiza por
la palabra de Cristo. Y, si la palabra de Elías tuvo tanto poder que
hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo para
cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas
las cosas, leemos que
él lo dijo, y existieron, él lo mandó, y surgieron.
Por tanto, si la palabra de Cristo pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que ya
existe? Mayor poder supone dar el ser a lo que no existe que dar un
nuevo ser a lo que ya existe.
Mas, ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo
que aconteció en su propia persona, y los misterios de su encarnación
nos servirán de base para afirmar la verdad del misterio. Cuando el
Señor Jesús nació de María ¿por ventura lo hizo según el orden natural?
El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con
el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue
algo por encima del orden natural. Y lo que nosotros hacemos presente es
aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en
e] cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una virgen, fuera
de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada
y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne.
El mismo Señor Jesús afirma:
Esto es mi cuerpo. Antes de las
palabras de la bendición celestial, otra es la realidad que se nombra;
después de la consagración, es significado el cuerpo de Cristo. Lo mismo
podemos decir de su sangre. Antes de la consagración, otro es el nombre
que recibe; después de la consagración, es llamada sangre. Y tú dices: «Amén»,
que equivale a decir: «Así es». Que nuestra mente reconozca como
verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo
que profesamos externamente.
Por esto, la Iglesia,
contemplando la grandeza del don divino, exhorta a sus hijos y miembros
de su familia a que acudan a los sacramentos, diciendo:
Comed, mis familiares, bebed y embriagaos, hermanos míos. Compañeros,
comed y bebed, y embriagaos, mis amigos.
Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña
en otro lugar el Espíritu Santo por boca del salmista:
Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.
En este sacramento está Cristo, porque es el
cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un alimento material, sino
espiritual. Por ello, dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura
del mismo, que
nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual, y bebieron la
misma bebida espiritual. En efecto, el
cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es un cuerpo
espiritual y divino, ya que Cristo es espíritu, tal como leemos:
El espíritu ante nuestra faz, Cristo, el Señor.
Y en la carta de Pedro leemos también:
Cristo murió por vosotros. Finalmente,
este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida
alegra el corazón del hombre, como
recuerda el salmista.
Oración
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a
los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede
a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y
cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.
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Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María
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