Oficio de lectura,
XV Domingo del tiempo ordinario
Catequesis sobre los ritos que
preceden al bautismo
Comienza el tratado de
San Ambrosio,
obispo, sobre los misterios
Nums, 1-7
Hasta ahora os hemos venido hablando cada día
acerca de cuál ha de ser vuestra conducta. Os hemos ido leyendo los
hechos de los patriarcas o los consejos del libro de lo Proverbios a
fin de que, instruidos y formados por esta enseñanzas, os fuerais
acostumbrando a recorrer el mismo camino que nuestros antepasados y
a obedecer los oráculos divinos, con lo cual, renovados por el
bautismo, o comportéis como exige vuestra condición de bautizados
Mas ahora es tiempo ya de hablar de los sagrados
misterios y de explicaros el significado de los sacramentos cosa
que, si hubiésemos hecho antes del bautismo, hubiese sido una
violación de la disciplina del arcano más que una instrucción.
Además de que, por el hecho de cogeros desprevenidos, la luz de los
divinos misterios se introdujo en vosotros con más fuerza que si
hubiese precedido una explicación.
Abrid, pues, vuestros oídos y percibid el buen
olor de vida eterna que exhalan en vosotros los sacramentos. Esto es
lo que significábamos cuando, al celebrar el rito de la apertura,
decíamos: «Effetá», esto es: «Ábrete», para que, al llegar
el momento del bautismo, entendierais lo que se os preguntaba y la
obligación de recordar lo que habíais respondido. Este mismo rito
empleó Cristo, como leemos en el Evangelio, al curar al sordomudo.
Después de esto, se te abrieron las puertas del
santo de los santos, entraste en el lugar destinado a la
regeneración. Recuerda lo que se te preguntó, ten presente lo que
respondiste. Renunciaste al diablo y a sus obras, al mundo y a sus
placeres pecaminosos. Tus palabras están conservadas, no en un
túmulo de muertos, sino en el libro de los vivos.
Viste allí a los diáconos, los presbíteros, el
obispo. No pienses sólo en lo visible de estas personas, sino en la
gracia de su ministerio. En ellos hablaste a los ángeles, tal como
está escrito: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en
su boca se busca la doctrina, porque es un ángel Señor de los
ejércitos. No hay lugar a engaño ni retractación; es un ángel
quien anuncia el reino de Cristo, la vida eterna. Lo que has de
estimar en él no es su apariencia visible, sino su ministerio.
Considera qué es lo que te ha dado, úsalo adecuadamente y reconoce
su valor.
Al entrar, pues, para mirar de cara al enemigo y
renunciar a él con tu boca, te volviste luego hacia el oriente, pues
quien renuncia al diablo debe volverse a Cristo y mirarlo de frente.