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Oficio de lectura, VIII
Miércoles del tiempo ordinario
Venga
a nosotros tu reino
Del libro de
santa Teresa de Jesús,
virgen y doctora de la Iglesia, Camino de Perfección.
Cap. 51
¿Quién hay –por desastrado que
sea– que cuando pide a una persona de prestigio no lleva pensado cómo lo
ha de para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y
para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa
señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece
para notar mucho. ¿No hubiérais podido, Señor mío, concluir con una
palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues, a quien tan
bien entiende todo, no parece era menester más.
¡Oh sabiduría de los ángeles! Para vos y vuestro
Padre esto bastaba (que así le pedisteis en el huerto: mostrasteis
vuestra voluntad y temor, mas dejástelo en la suya): mas nos conocéis a
nosotros, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a
la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas
para que nos detuviésemos un poco en mirar siquiera si nos está bien lo
que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos
dan lo que queremos –con este libre albedrío que tenemos–, no
admitiremos lo que el Señor nos diere, porque, aunque sea lo mejor, como
no veamos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.
Pues dice el buen Jesús:
Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
reino. Ahora mirad qué sabiduría tan
grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos,
qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos
santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar, ni ensalzar este
nombre santo del Padre eterno –conforme a lo poquito que podemos
nosotros–, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía su
majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno
junto a lo otro. Porque entendáis esto que pedimos, y lo que nos importa
pedirlo y hacer cuanto pudiéramos para contentar a quien nos lo ha de
dar, quiero decir aquí lo que yo entiendo.
El gran bien que hay en el reino del cielo –con otros
muchos– es ya no tener cuenta con cosas de la tierra: un sosiego y
gloria en sí mismos, un alegrarse todos, una paz perpetua, una
satisfacción grande en sí mismos que les viene de ver que todos
santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre, y no le ofende nadie,
todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle,
ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá:
aunque no en esta perfección y en un ser, mas muy de otra manera le
amaríamos si le conociésemos.
Oración
Padre de bondad, que por la gracia de la adopci´n nos
has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del
error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro
Señor Jesucristo
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Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María
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