Oficio de lectura, VIII
Lunes del tiempo ordinario
El Señor es nuestro Dios, y nosotros su
pueblo, el rebaño que él guía
San Agustín,
Sermón 47, sobre las ovejas 1.2.3.6
Las palabras que hemos cantado expresan nuestra convicción de
que somos rebaño de Dios: Él es nuestro Dios, creador nuestro.
Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebano que él guía.
Los pastores humanos tienen unas ovejas que no han hecho ellos,
apacientan un rebaño que no han creado ellos. En cambio, nuestro
Dios y Señor, porque es Dios y creador, se hizo él mismo las
ovejas que tiene y apacienta. No fue otro quien las creó y él
las apacienta, ni es otro quien apacienta las que el creo.
Por tanto, ya que hemos reconocido en este cántico que somos sus
ovejas, su pueblo y el rebaño que él guía, oigamos qué es lo que
nos dice a nosotros, sus ovejas. Antes hablaba a los pastores,
ahora a las ovejas. Por eso, nosotros lo escuchábamos, antes,
con temor, vosotros, en cambio, seguros.
Cómo lo escucharemos en estas palabras de hoy. ¿Quizá al revés,
nosotros seguros y vosotros con temor? No, ciertamente. En
primer lugar porque, aunque somos pastores, el pastor no sólo
escucha con temor lo que se dice a los pastores, sino también lo
que se dice a las ovejas. Si escucha seguro lo que se dice a las
ovejas, es porque no se preocupa por las ovejas. Además, ya os
dijimos entonces que en nosotros hay que considerar dos cosas:
una, que somos cristianos; otra, que somos guardianes. Nuestra
condición de guardianes nos coloca entre los pastores, con tal
de que seamos buenos. Por nuestra condición de cristianos, somos
ovejas igual que vosotros. Por lo cual, tanto si el Señor habla
a los pastores como si habla a las ovejas, tenemos que escuchar
siempre con temor y con ánimo atento.
Oigamos, pues, hermanos, en qué reprende el Señor a las ovejas
descarriadas y qué es lo que promete a sus ovejas. Y vosotros
–dice–, sois mis ovejas. En primer lugar, si consideramos,
hermanos, qué gran felicidad es ser rebaño de Dios,
experimentaremos una gran alegría, aun en medio de estas
lágrimas y tribulaciones. Del mismo de quien se dice: Pastor de
Israel, se dice también: No duerme ni reposa el guardián de
Israel. Él vela, pues, sobre nosotros, tanto si estamos
despiertos como dormidos. Por esto, si un rebaño humano está
seguro bajo la vigilancia de un pastor humano, cuán grande no ha
de ser nuestra seguridad, teniendo a Dios por pastor, no sólo
porque nos apacienta, sino también porque es nuestro creador.
Y a vosotras –dice–, mis ovejas, así dice el Señor Dios: «Voy a
juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío». ¿A
qué vienen aquí los machos cabríos en el rebaño de Dios? En los
mismos pastos, en las mismas fuentes, andan mezclados los machos
cabríos, destinados a la izquierda, con las ovejas, destinadas a
la derecha, y son tolerados los que luego serán separados. Con
ello se ejercita la paciencia de las ovejas, a imitación de la
paciencia de Dios. Él es quien separará después, unos a la
izquierda, otros a la derecha.