Del oficio de lectura,
XII sábado ordinario
Dios
puede ser hallado en el corazón del hombre
De las homilías de
San Gregorio
de Nisa, obispo
Homilía 6
sobre las bienaventuranzas
(énfasis nuestro)
La salud corporal es un bien para el hombre;
pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el
poseerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de
la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo
humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido
aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En
este mismo sentido hemos de entender las palabras que
comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que
conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos.
Dichosos, pues, los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios.
Y no creo que esta manera de ver a Dios, la
del que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por así
decirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos
sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de
un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios
está dentro de vosotros; para enseñarnos que el que
tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las
criaturas contempla, en su misma belleza interna, la imagen de
la naturaleza divina.
Yo diría que esta concisa expresión de aquel
que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en
quienes se halla algún deseo de contemplar el bien verdadero,
cuando oigáis que la majestad divina está elevada y ensalzada
por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su
belleza es inefable, que su naturaleza es incomprensible, no
caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello
que deseáis».
Si os esmeráis con una actividad diligente
en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis
embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros
la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si
con un pedernal se le quita la herrumbre, en seguida vuelve a
reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte
interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha
sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su
reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original
y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divina, se
hace él mismo enteramente bueno
Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí
mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de
corazón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a
través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en
efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije
sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo, no menos
que el que lo mira directamente, así también vosotros –es como
si dijera el Señor–, aunque vuestras fuerzas no alcancen a
contemplar la luz inaccesible, Si retornáis a la dignidad y
belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el
principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros
mismos.
La divinidad es pureza, es carencia de toda
inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto,
si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu
espíritu pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de
toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha eres
dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu
limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada
de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los
ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver
claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo.
Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la
pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza
divina, por medio del cual vemos a Dios.