Del oficio de lectura,
XII miércoles ordinario
La amistad verdadera es
perfecta y constante
Del tratado del
beato Elredo, abad, sobre
la amistad espiritual
Libro 3
Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su
estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con
David y, equiparando el siervo al Señor, precisamente cuando huía de
su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba
condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí
mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él:
Tú –le dice–
serás el rey, y yo seré tu segundo.
¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera!
¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba
contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los
sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona
los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes
y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo
Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que
tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en
tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice:
Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el
padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo,
agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole
que se vería despojado del reino y privado de los honores.
Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte
contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué va a morir
David? ¿Qué ha hecho? El se jugó la vida cuando mató al filisteo;
bien que te alegraste al verlo. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera
de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared
con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo de perdida –le
dice–, ya sabía yo que estabas confabulado con él, para vergüenza
tuya y de tu madre! Y, a continuación, vomita todo el veneno que
llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven,
añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de
fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras
el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará
seguro.
¿A quién no hubieran impresionado estas palabras?
¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier
otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar
el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de
amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas,
paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino,
olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia.
Tú –dice–
serás el rey, y yo seré tu segundo.
Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y
constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la
que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la
ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a
pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias,
se muestra inflexible; la que provocada por tantos ultrajes,
permanece inmóvil.
Anda, pues,
haz tú lo
mismo.