Oficio de lectura,
martes VII
semana
de pascua
La acción del Espíritu Santo
Del libro de
san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo
Cap 9,
núms 22-23
¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al
Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento
hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y
Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu
generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.
Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten
necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los
que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de
riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.
Él es fuente de santidad, luz para la
inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender
la verdad.
Aunque inaccesible por naturaleza, se deja
comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se
comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de
manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su
energía según la proporción de la fe.
Simple en su esencia y variado en sus dones, está
íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir
división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a
semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de
él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la
tierra entera y el mar.
Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre
capaz de recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante,
distribuye a todos gracia abundante y completa; todo disfrutan de él
en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero
no en la proporción con que él podría darse.
Por él los corazones se elevan a lo alto, por su
mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la
virtud, llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han
purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve
espirituales.
Como los cuerpos limpios y transparentes se
vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos
mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del
Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la
gracia a los demás.
De esta comunión con el
Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los
misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los
dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí
proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en
la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí,
finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue
a ser como Dios.