Oficio de lectura, domingo VI
semana
de pascua
Dios nos ha reconciliado por
medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de esta
reconciliación.
San Cirilo de
Alejandría, obispo
Comentario sobre segunda carta a los
Corintios 5,5 - 6,2
Los que poseen las arras del
Espíritu y la esperanza de la resurrección, como si poseyeran ya
aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora ya no conocen a
nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales y ajenos
a la corrupción de la carne. Porque, desde el momento en que ha
amanecido para nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en
la misma Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad
que cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la
muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos
libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya
nadie está sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente
pertenece la corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el
Apóstol: si alguna vez juzgamos
a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como quien
dice: La Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros, y, para que nosotros tuviésemos
vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a
Cristo; sin embargo, ahora ya no es así como lo conocemos. Pues,
aunque retiene su cuerpo humano, ya que resucitó al tercer día y
vive en el cielo junto al Padre, no obstante, su existencia es
superior a la meramente carnal, puesto que
murió de una vez para siempre y ya
no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su
morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es
un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel que se convirtió
para nosotros en abanderado y precursor de la vida, es necesario que
nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por
encima de la carne, y no en la carne. Por eso, dice con toda razón
san Pablo: El que es de Cristo
es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Hemos sido, en efecto, justificados por la fe en Cristo, y ha cesado
el efecto de la maldición, puesto que él ha resucitado para
liberarnos, conculcando el poder de la muerte; y, además, hemos
conocido al que es por naturaleza propia Dios verdadero, a quien
damos culto en espíritu y en verdad, por mediación del Hijo, quien
derrama sobre el mundo las bendiciones divinas que proceden del
Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo:
Todo esto viene de Dios, que por
medio de Cristo nos reconcilió consigo, ya que el
misterio de la encarnación y la renovación consiguiente a la misma
se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que
olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al
Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y, así,
todo esto viene de Dios, que por
medio de Cristo nos reconcilió y nos encargó el ministerio de la
reconciliación.