Oficio de lectura, viernes V
semana
de pascua
Primogénito
de muchos hermanos
Beato Isaac de Stella
Sermón 42
Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo
forman un solo hombre, así el Hijo de la Virgen y sus miembros
constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El
Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman
la cabeza y el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman
aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del
hombre quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios
y forma con Dios el Dios único.
Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo
del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por eso se dice también:
Padre, éste es mi deseo: que sean
uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti.
Así, pues, de acuerdo con el significado de esta
célebre afirmación de la Escritura, no hay cuerpo sin cabeza, ni
cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.
Por tanto, todo ello con Dios
forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios, por naturaleza, y
el Hijo del Hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los
miembros del cuerpo de su Hijo están unidos con él solo
místicamente. Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo
se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, Hijo de
Dios y Dios.
Pero lo que él es por
naturaleza, éstos lo son por comunicación, y lo que él es en
plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de
Dios por generación y sus miembros lo son por adopción, como está
escrito: Habéis recibido un
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar «¡Abba!» (Padre).
Y por este mismo Espíritu
les da poder para ser hijos de
Dios, para que instruidos por aquél,
que es el primogénito entre muchos
hermanos, puedan decir:
Padre nuestro que estás en los
cielos. Y en otro lugar afirma: Subo
al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
Nosotros renacemos de la fuente bautismal como
hijos de Dios y cuerpo suyo en virtud de aquel mismo Espíritu del
que nació el Hijo del Hombre, como cabeza nuestra, del seno de la
Virgen. Y así como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros
renacemos para remisión de todos los pecados.
Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con
todos los pecados del cuerpo entero, y con ellos subió a la cruz,
así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a su
cuerpo espiritual no se le imputase pecado alguno, como está
escrito: Dichoso el hombre a
quien el Señor no le apunta el delito. Este hombre, que
es Cristo, es realmente dichoso, ya que, como Cristo-cabeza y Dios,
perdona el pecado, como Cristo-cabeza y hombre no necesita ni recibe
perdón alguno y, como cabeza de muchos, logra que no se nos apunte
el delito.
Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único
Salvador y único salvado, sufrió en su cuerpo físico lo que limpia
de su cuerpo místico por el agua. Y continúa salvando de nuevo por
el madero y el agua, como
Cordero de Dios que quita, que carga sobre sí,
el pecado del mundo; sacerdote, sacrificio y Dios, que
ofreciéndose a sí mismo, por sí mismo se reconcilió consigo mismo,
con el Padre y con el Espíritu Santo.