Oficio de lectura,
domingo V
semana
de pascua
Cristo, día sin ocaso
De los sermones de
san Máximo de Turín,
obispo
Sermón
53, 1-2. 4
La resurrección de Cristo destruye el poder del
abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo
abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas
destruidas, devuelve los muertos, la tierra, renovada, germina
resucitados y el cielo, abierto, acoge a los que ascienden.
El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos
de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a
tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de
Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la
creación se ven arrebatados a lo alto.
El abismo devuelve sus cautivos al paraíso, la
tierra envía al cielo a los que estaban sepultados en su seno, y el
cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así,
con un solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del
abismo, nos eleva por encima de lo terreno y nos coloca en lo más
alto de los cielos.
La resurrección de Cristo es vida para los
difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por
esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la
resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de
gozo en
este día en que actuó el Señor.
La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso.
Escucha al Apóstol que nos dice lo que sea este día:
La noche está avanzada,
el día se echa encima. La noche está avanzando, dice,
porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la
luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la
negrura del pecado, porque el resplandor de Cristo destruye la
tenebrosidad de las culpas pasadas.
Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su
Padre, comunica el íntimo ser de la divinidad. Él es aquel Día, que
dice por boca de Salomón:
Yo hice nacer en el
cielo una luz inextinguible.
Así como no hay noche que siga al día celeste, del
mismo modo las tinieblas no pueden seguir la santidad de Cristo. El
día celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay
oscuridad que pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella
continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por
ello dice el evangelista Juan:
La luz brilló en la
tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Por ello, hermanos, hemos de alegrarnos en este
día santo. Que nadie se sustraiga del gozo común a causa de la
conciencia de sus pecados, que nadie deje de participar en la
oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que
nadie, por pecador que se sienta, deje de esperar el perdón en un
día tan santo. Porque si el ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a
obtener el perdón el cristiano?
Oración
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has
querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y
haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad
verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.