Oficio de lectura,
miércoles IV
semana
de pascua
La Encarnación del
Verbo y el sacramento de la eucaristía nos hacen partícipes de la
naturaleza divina
Del tratado de
san Hilario, obispo, sobre la Trinidad
Libro
8,13-16
Si es verdad que la Palabra se hizo carne
y que nosotros, en la cena del Señor, comemos esta Palabra hecha
carne, ¿cómo no será verdad que habita en nosotros con su naturaleza
aquel que, por una parte, al nacer como hombre, asumió la naturaleza
humana como inseparable de la suya y, por otra, unió esta misma
naturaleza a su naturaleza eterna en el sacramento en que nos dio su
carne? Por eso todos nosotros llegamos a ser uno, porque el Padre
está en Cristo y Cristo está en nosotros; por ello, si Cristo está
en nosotros y nosotros estamos en él, todo lo nuestro está, con
Cristo, en Dios.
Hasta qué punto estamos nosotros en él por el
sacramento de la comunión de su carne y de su sangre, nos lo
atestigua él mismo al decir:
El mundo no me verá,
pero vosotros me veréis; y viviréis, porque yo sigo viviendo.
Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo, y yo
con vosotros. Si hubiera querido que esto se entendiera
solamente de la unidad de la voluntad, ¿por qué señaló como una
especie de gradación y de orden en la realización de esta unidad? Lo
hizo, sin duda, para que creyéramos que él está en el Padre por su
naturaleza divina, mientras que nosotros estamos en él por su
nacimiento humano y él está en nosotros por la celebración del
sacramento: así se manifiesta la perfecta unidad realizada por el
Mediador, porque nosotros habitamos en él y él habita en el Padre y,
permaneciendo en el Padre, habita también en nosotros. Así es como
vamos avanzando hacia la unidad con el Padre, pues, en virtud de la
naturaleza divina, Cristo está en el Padre y, en virtud de la
naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo está en
nosotros.
El mismo Señor habla de lo natural que es en
nosotros esta unidad cuando afirma:
El que come mi carne y
bebe mi sangre, habita en mí, y yo en él. Nadie podrá,
pues, habitar en él, sino aquel en quien él haya habitado, es decir,
Cristo asumirá solamente la carne de quien haya comido la suya.
Ya con anterioridad había hablado el Señor del
misterio de esta perfecta unidad al decir:
El Padre que vive me ha
enviado, y yo viva por el Padre; del mismo modo el que me come,
vivirá por mí. Él vive, pues, por el Padre, y, de la
misma manera que él vive por el Padre, nosotros vivimos por su
carne.
Toda comparación trata de dar a entender algo,
procurando que el ejemplo propuesto ayude a la comprensión de la
cuestión. Aquí, por tanto, trata el Señor de hacernos comprender que
la causa de nuestra vida está en que Cristo, por su carne, habita en
nosotros, seres carnales, para que por él nosotros lleguemos a vivir
de modo semejante a como él vive por el Padre.
Oración
Señor, tú que eres la vida de los fieles, la
gloria de los humildes y la felicidad de los santos, escucha
nuestras súplicas y sacia con la abundancia de tus dones a los que
tienen sed de tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo.