Oficio de lectura,
jueves IV
semana
de pascua
El mandamiento nuevo
De los
tratados de san Agustín,
obispo, sobre el evangelio de san Juan
Tratado 65,1-3
El Señor Jesús pone de manifiesto que lo que da a
sus discípulos es un nuevo mandamiento, que se amen unos a otros:
Os doy,
dice, un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros.
¿Pero acaso este mandamiento no se encontraba ya
en la ley antigua, en la que estaba escrito:
Amarás a tu prójimo como
a ti mismo? ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor,
si está tan claro que era antiguo? ¿No será que es nuevo porque nos
viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo? Porque no
es cualquier amor el que renueva al que oye, o mejor al que obedece,
sino aquel a cuyo propósito añadió el Señor, para distinguirlo del
amor puramente carnal:
como yo os he amado.
Éste es el amor que nos renueva, y nos hace ser
hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un
cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los
antiguos justos, a los patriarcas y a los profetas, y luego a los
bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de
todo el género humano, extendido por el universo entero, un único
pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la
que se dice en el Cantar de los Cantares:
¿Quién es ésa que sube
del desierto vestida de blanco? Sí, vestida de blanco,
porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la ha renovado sin el
mandamiento nuevo?
Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan
unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los
demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se
congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras:
Os doy un mandato
nuevo: que os améis mutuamente. No como se aman quienes
viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres
simplemente porque son hombres; sino como se quieren todos los que
se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser hermanos
de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que
él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga,
donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará
ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.
Este amor nos lo otorga el mismo que dijo :
como yo os he amado,
amaos también entre vosotros. Pues para esto nos amó
precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su
amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros
unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida
cabeza.