Oficio de lectura, martes II
semana
de pascua
Sacramento de unidad y de
caridad
De los libros de
san Fulgencio de Ruspe,
obispo, a Mónimo
Libro 2, 11-12
La edificación espiritual del cuerpo de Cristo,
que se realiza en la caridad (según la expresión del bienaventurado
Pedro, las piedras vivas entran en la construcción del templo del
Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios
espirituales, que Dios acepta por Jesucristo), esta edificación
espiritual, repito, nunca se pide más oportunamente que cuando el
cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, ofrece el mismo cuerpo y la
misma sangre de Cristo en el sacramento del pan y del cáliz: El
cáliz que bebemos es comunión con la sangre de Cristo, y el pan que
partimos es comunión con el cuerpo de Cristo; el pan es uno, y así
nosotros, aunque seamos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan.
Y lo que en consecuencia pedimos es que con la
misma gracia con la que la Iglesia se constituyó en cuerpo de
Cristo, todos los miembros, unidos en la caridad, perseveren en la
unidad del mismo cuerpo, sin que su unión se rompa.
Esto es lo que pedimos que se realice en nosotros
por la gracia del Espíritu, que es el mismo Espíritu del Padre y del
Hijo; porque la Santa Trinidad, en la unidad de naturaleza, igualdad
y caridad, es el único, solo y verdadero Dios, que santifica
conjuntamente a los que adopta.
Por lo cual se dice:
El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritus Santo que se nos ha
dado.
Pues el Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu
del Padre y del Hijo, en aquellos a quienes concede la gracia de la
adopción divina, realiza lo mismo que llevó a cabo en aquellos de
quienes se dice, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que
habían recibido el mismo Espíritu. De ellos se dice, en efecto:
En el grupo de los
creyentes todos pensaban y sentían lo mismo; pues el
Espíritu único del Padre y del Hijo, que, con el Padre y el Hijo es
el único Dios, había creado un solo corazón y una sola alma en la
muchedumbre de los creyentes.
Por lo que el Apóstol dice que esta unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz ha de ser guardada con toda
solicitud, y aconseja así a los Efesios:
Yo, el prisionero por el
Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis
sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos,
sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad
del Espíritu, con el vínculo de la paz.
Dios acepta y recibe con agrado a la Iglesia como
sacrificio cuando la Iglesia conserva la caridad que derramó en ella
el Espíritu Santo: así, si la Iglesia conserva la caridad del
Espíritu, puede presentarse ante el Señor como una hostia viva,
santa y agradable a Dios.