Oficio de Lectura,
15 de
Octubre,
Santa Teresa de Ávila,
Virgen y doctora de la
Iglesia
Acordémonos del amor de Cristo
Del Libro de su vida, de santa Teresa
de Jesús.
Cap. 22, 6-7.12.14
Con tan buen amigo presente –nuestro Señor
Jesucristo–, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el
padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta,
es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para
contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por
manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se
deleita.
Muy muchas veces lo he visto por experiencia;
hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de
entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes
secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la
cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro
es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su
vida, es el mejor dechado.
¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado,
que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los
del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le
trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se
le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el
corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de
algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino:
san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de
Siena.
Con libertad se ha de andar en este camino,
puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a
ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.
Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del
amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró
Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor.
Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar,
porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el
corazón de este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve
y muy sin trabajo.
O bien:
Necesidad de la oración
Del Libro de su vida, de santa Teresa
de Jesús
Cap 8, 1-4
No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi
vida, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin, que
cierto querría me aborreciesen los que esto leyesen de ver un alma
tan pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho; y
quisiera tener licencia para decir las muchas veces que en este
tiempo falté a Dios.
Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la
oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas
caídas. Y con levantarme y mal –pues tornaba a caer– y en vida tan
baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales,
y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me
apartaba de los peligros, sé decir que es una de las vidas penosas
que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios, ni
traía contento en el mundo. Cuando estaba en el contentos del mundo,
en acordarme de lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con
Dios, las aficiones del mundo me desosegaban. Ello es una guerra tan
penosa que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años.
Con todo, veo claro la gran misericordia que el
Señor hizo conmigo, ya que había de tratar en el mundo, que tuviese
ánimo para tener oración; digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa,
de cuantas hay en él, es menester mayor que tratar traición al rey,
y saber que lo sabe, y nunca se le quitar de delante; porque, puesto
que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera
los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los
demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve
Dios.
Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses –y
o alguna vez año– que me guardaba de ofender al Señor y me daba
mucho a la oración, y hacía algunas y hartas diligencias para no le
venir a ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda
verdad, trato ahora esto.
Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y ansí
debían ser pocos y muchos de los ruines. Ratos grandes de oración
pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala y muy
ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios; procuraba que
las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo al
Señor; hablaba muchas veces en él.
Ansí que, si no fue el año que tengo dicho, en
veintiocho años que ha que comencé oración, más de los dieciocho
pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los
demás, que ahora me quedan por decir, mudose la causa de la guerra,
aunque no ha sido pequeña; mas, con estar, a lo que pienso, en
servicio de Dios y con conocimiento de la vanidad que es el mundo,
todo sido suave, como diré después.
Pues para lo que he tanto contado esto es, como he
ya dicho, para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud;
lo otro para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma
que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan
dispuesta como es menester, y cómo, si en ella persevera, por
pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio,
en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación como,
a lo que ahora parece, me ha sacado a mí.
Oración
Señor Dios nuestro, que por tu Espíritu has
suscitado a santa Teresa de Ávila, para mostrar a tu Iglesia el
camino la perfección, concédenos vivir de su doctrina y enciende en
nosotros el deseo de la verdadera santidad. Por nuestro Señor
Jesucristo.