Estuve enfermo, y
me visitasteis
De la homilía pronunciada por el papa
Pablo VI en la canonización de santa Soledad Torres Acosta
María Soledad es una fundadora. La fundadora de
una familia religiosa muy numerosa y difundida. Óptima y próvida
familia. De este modo, María Soledad se inserta en ese grupo de
mujeres santas e intrépidas que en el siglo pasado hicieron brotar
en la Iglesia ríos de santidad y laboriosidad; procesiones
interminables de vírgenes consagradas al único y sumo amor de
Cristo, y mirando todas ellas al servicio inteligente, incansable,
desinteresado del prójimo.
Por esto, contaremos a las Siervas de los enfermos
en el heroico ejército de las religiosas consagradas a la caridad
corporal y espiritual; pero no debemos olvidar un rango específico,
propio del genio cristiano de María Soledad, el de la forma
característica de su caridad; es decir, la asistencia prestada a los
enfermos en su domicilio familiar, forma ésta que ninguno, así nos
parece, había ideado en forma sistemática antes de ella; y que nadie
antes de ella había creído posible confiar a religiosas
pertenecientes a institutos canónicamente organizados.
La fórmula existía, desde el mensaje evangélico,
sencilla, lapidaria, digna de los labios del divino Maestro:
Estuve enfermo, y me visitasteis, dice Cristo, místicamente
personificado en la humanidad doliente.
He aquí el descubrimiento de un campo nuevo para
el ejercicio de la caridad; he aquí el programa de almas totalmente
consagradas a la visita del prójimo que sufre.
Oración
Señor, tú que concediste a santa Soledad Torres
Acosta la gracia de servirte con amor generoso en los enfermos que
visitaba, concédenos tu luz y tu gracia para descubrir tu presencia
en los que sufren y merecer tu compañía en el cielo. Por nuestro
Señor Jesucristo.