|
Todos, por el bautismo, hemos sido hechos templos de Dios
De los sermones de san Cesáreo de Arlés,
obispo
Hoy, hermanos muy amados, celebramos con gozo y
alegría, por la benignidad de Cristo, la dedicación de este templo; pero
nosotros debemos ser el templo vivo y verdadero de Dios. Con razón, sin
embargo, celebran los pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia
madre, ya que son conscientes de que por ella han renacido
espiritualmente. En efecto, nosotros, que por nuestro primer nacimiento
fuimos objeto de la ira de Dios, por el segundo hemos llegado a ser
objeto de su misericordia. El primer nacimiento fue para muerte; el
segundo nos restituyó a la vida.
Todos nosotros, amadísimos,
antes del bautismo, fuimos lugar en donde habitaba el demonio; después
del bautismo, nos convertimos en templos de Cristo. Y, si pensamos con
atención en lo que atañe a la salvación de nuestras almas, tomamos
conciencia de nuestra condición de templos verdaderos y vivos de Dios.
Dios habita
no sólo en
templos construidos por hombres ni en
casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente en el alma hecha
a imagen de Dios y construida por él mismo, que es su arquitecto. Por
esto, dice el apóstol Pablo: El templo
de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros
corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos
al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros
por nuestras malas obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cristo.
Como antes he dicho, antes de que Cristo nos redimiera éramos casa del
demonio; después hemos llegado a ser casa de Dios, ya que Dios se ha
dignado hacer de nosotros una casa para sí.
Por esto, nosotros, carísimos, si queremos celebra
con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros,
con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera
inteligible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo
como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella.
¿Deseas encontrar limpia la
basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la
basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en
tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en
nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en
los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere
Dios entrar en tu alma, como tiene prometido:
Habitaré y caminaré con ellos.
Oración
Señor, tú que edificas el templo de tu gloria con
piedras vivas y elegidas, multiplica en tu Iglesia los dones del
Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo crezca siempre para edificación
de la Jerusalén celeste. Por nuestro Señor Jesucristo.
Regreso a la página principal
www.corazones.org
Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María
|
|