Solemnidad de Todos los santos, 1
de Noviembre
Apresurémonos hacia los
hermanos que nos esperan
De los
sermones de san
Bernardo, abad
Sermón2: Opera
omnia, edición cisterciense, 5
¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas,
nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué
les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los
honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les
sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros
honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de
su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí
respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende mí un fuerte
deseo.
El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros
el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan
deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los
espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los
patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los
apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la
asociación de los confesores con el coro de las vírgenes, para
resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de
todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y
nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra
compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y
nosotros no prestamos atención.
Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con
Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro corazón en
los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos
hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de
nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la
felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la
gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición
no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su
gloria.
El segundo deseo que enciende en nosotros la
conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros
se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos
manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria.
Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal
como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria,
sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel
que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos,
debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar
cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día
en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para
recordaros que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está
oculta con él. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él,
brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro
pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.
Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y
total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar
a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la
intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera
nuestras fuerzas.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado
celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los santos,
concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia
de tu misericordia y tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo.