Del oficio de lectura, 9 de Marzo,
Santa Francisca Romana,
religiosa
La paciencia y
caridad de santa Francisca
De la vida la santa, escrita por Maria Magdalena Anguillaria, superiora
de las Oblatas de Tor de`Specchi, (Caps. 6-7:
Acta Sanctorum Martii 2, *188-*189)
Dios probó la paciencia de
Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo,
haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho
antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún
acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la
torpeza con que a veces la atendían.
Francisca manifestó su entereza
en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente;
siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo
lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la
criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se
advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas
personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario,
devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas
personas.
Y ya que Dios no la había elegido
para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que
emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y
corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le
acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente
cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus
indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal
eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y
desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los
iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores
inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las
orientaba hacia su recto fin.
Por esto todo el mundo recurría a
Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque
reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que
habían ofendido o eran ingratos a Dios.
Francisca, entre las diversas
enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo
peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los
desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente
los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus
padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado,
exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las
incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen
por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.
Francisca no se contentaba con
atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los
buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed,
arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto
más fétidas o repugnantes eran.
Acostumbraba también a ir al
hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados
alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo
los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba
con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su
mismo Señor.
Durante treinta años desempeñó
Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa
de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas
a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del
Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que
abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no
sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se
preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los
llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la
penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella
misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían
en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.
Oración
Oh Dios, que nos diste en santa
Francisca Romana modelo singular de vida matrimonial y monástica,
concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia, que podamos
descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.