Del oficio de
lectura, 26 de junio,
San Pelayo,
Mártir
La castidad sin la caridad no tiene valor
De las
cartas de
san
Bernardo, abad
Carta 42, a Enrique, arzobispo de
Sens
La castidad, la caridad y la humildad
carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y,
ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de
gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la
castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de
la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es
su enemigo y hace del hombre un ángel?
El hombre casto y el ángel son
diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y,
si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que
la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad
significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo
y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para
sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de
vida de aquella dichosa región en la cual ni los
hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así
en la tierra la experiencia de la vida celestial.
Sin embargo, aunque la castidad
sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene
ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una
lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio,
qué hermosa es la generación casta, con caridad,
con aquella caridad que, como escribe el Apóstol,
brota del corazón limpio, de
la buena conciencia y de la fe sincera.
Oración
Señor, Padre nuestro, que prometiste a
los limpios de corazón la recompensa de ver tu rostro,
concédenos tu gracia y tu fuerza, para que, a ejemplo de
san Pelayo, mártir, antepongamos tu amor a las
seducciones del mundo y guardemos el corazón limpio de
todo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.
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es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María |