Del oficio de lectura,
31 de Julio
San Ignacio de Loyola,
fundador,
Presbítero
Examinad si los espíritus
provienen de Dios
De los Hechos de san Ignacio
recibidos por Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo.
Cap. 1,5-9: Acta
Sanctorum Iulii 7
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros
de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e
imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran
algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su
casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida
de Cristo y otro que tiene por título Flos sanctórum,
escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a
sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A
intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos
pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades
que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la
misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos,
además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En
efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se
ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que
santo Domingo?»
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos
pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por
cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las
cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante
tiempo.
Pero había una diferencia; y es que, cuando
pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran
placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía
triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la
posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo
entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales
pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no
se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le
abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia
que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de
pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue
como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más
tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta
experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la
discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu
Iglesia a san Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu
nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su
protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la
gloria del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.