Oficio, 17 de Enero,
San Antonio,
Abad
La vocación de san Antonio
De la Vida de san
Antonio, escrita por san
Atanasio, obispo
Caps. 2-4
Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos
dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana,
pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su
hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte
de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a
la iglesia, iba pensando en su interior «los apóstoles lo habían
dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos
de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio
de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre
los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para
éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos,
entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento
estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
Si quieres llegar hasta el final, vende lo que
tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el
cielo– y luego vente conmigo».
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese
infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y con
aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió
en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las
posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas
fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para
sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y
repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de
esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó
aquellas palabras del Señor en el Evangelio: «No os agobiéis por el
mañana».
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso
lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase su
poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas
vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una
conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre
ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida
de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía
aquella afirmación de la Escritura:
El que no trabaja que no
coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a
su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido
que es necesario retirarse para
ser constantes en orar:
en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que
retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un
momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los
hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo
llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un
hermano.
Oración
Señor y Dios nuestro, que llamaste al desierto a
san Antonio, abad, para que te sirviera con una vida santa,
concédenos, por su intercesión, que sepamos negarnos a nosotros
mismos para amarte a ti siempre sobre todas las cosas. Por nuestro
Señor Jesucristo.