Del oficio de lectura, 9 de Enero,
San Eulogio de Córdoba,
Presbítero y mártir
El Señor nos ayuda en la
tribulación y nos da fortaleza en los combates
De los escritos de san Eulogio, presbítero.
Documentum Martyrii, 25, epílogo.
El malestar en que vivía la Iglesia cordobesa por
causa de su situación religiosa y social hizo crisis en el año 851.
Aunque tolerada, se sentía amenazada de extinción, si no reaccionaba
contra el ambiente musulmán que la envolvía. La represión fue
violenta, y llevó a la jerarquía y a muchos cristianos a la cárcel
y, a no pocos, al martirio.
San Eulogio fue siempre alivio y estímulo, luz y esperanza para la
comunidad cristiana. Como testimonio de su honda espiritualidad, he
aquí la bellísima oración que él mismo compuso para las santas
vírgenes Flora y María, de la que son estos párrafos:
«Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti
esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de
los que te aman: Inflama, con el fuego de tu amor, nuestro corazón
y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro
pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo
en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del
pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que,
iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los
deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo
momento, con pureza de intención y con deseo sincero.
Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano
es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos
propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu
pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú,
Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el
pesado yugo de Egipto, y deshiciste al Faraón y a su ejército en el
mar Rojo, para gloria de tu nombre.
Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la
prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y
de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu
divinidad y mantennos en la resolución de seguir luchando virilmente
por ti hasta la muerte.
Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos
con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras,
también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la
espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y,
aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta
ti.
No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en
las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del
perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad,
que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercitado limpiamente
su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te
pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti,
debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos
anima.
Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad,
llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que,
mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga
merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que
consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de
los vivos.
Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de
los siglos. Amén».
San Eulogio, que alentó a todos sus hijos en la hora del martirio,
hubo de morir a su vez, reo de haber ocultado y catequizado a una
joven conversa, llamada Leocricia.
Oración
Señor y Dios nuestro: tú que, en la difícil situación de la Iglesia
mozárabe, suscitaste en san Eulogio un espíritu heroico para la
confesión intrépida de la fe, concédenos superar con gozo y energía,
fortalecidos por ese mismo espíritu, todas nuestras situaciones
adversas. Por nuestro Señor Jesucristo.