Del oficio
de lectura, 31 de Enero
Trabajé siempre con amor
De las cartas de
San Juan Bosco, presbítero
(Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203)
Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y
queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante
todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros
amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes
estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la
Congregación salesiana.
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he
tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse
que aguantar; amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que,
para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los
rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos,
caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar,
cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los
arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la
debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir
la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o
para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna
autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino
para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda
tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre
ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era
paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso
poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y
con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración
para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos
concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos
mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de
deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la
hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada,
las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza
en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se
preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar
un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan,
sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
Jesús: "El que acoge un niño en mi nombre
me acoge a mi" -Mt 18,5
Oración
Señor, tú que has suscitado en san Juan Bosco un padre y un maestro para
la juventud, danos también a nosotros un celo infatigable y un amor
ardiente, que nos impulse a entregarnos al bien de los hermanos y a
servirte a ti en ellos con fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo.