Oficio divino, 3 de Enero
El doble precepto de la caridad
De los tratados de
san Agustín, obispo, sobre
el evangelio
de san Juan
Tratado
17,7-9
Vino el Señor mismo, como doctor en caridad,
rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra
sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los
profetas radican en los dos preceptos de la caridad.
Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos
preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares,
y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino
que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca
olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el
corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí
mismo.
He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que
hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay
que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la
jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el
rango de la acción. Pues el que te puso este amor en dos preceptos
no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al
revés, a Dios primero y al prójimo después.
Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al
prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu
pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no
ve.
Que no es más que una manera de decirte: Ama a
Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa
he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo
ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno
a la visión de Dios: Dios, dice, es amor, y quien permanece en el
amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de
averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y
como ahora te es posible, al mismo Dios.
Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu
pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al
que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
¿Qué será lo que consigas si haces esto?
Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios,
tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues
Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.
Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas
haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios,
el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el
alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta
nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda,
por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel
con quien deseas quedarte para siempre.
Oración
Dios todopoderoso, tú has dispuesto que por el
nacimiento virginal de tu Hijo, su humanidad no quedara
sometida a la herencia del pecado: por este admirable ministerio,
humildemente te rogamos que cuantos hemos renacido, en Cristo, a una
vida nueva, no volvamos otra vez a la vida caduca de la que nos
sacaste. Por nuestro Señor Jesucristo.