Oficio, 24 de Enero,
San Vicente,
Diácono y mártir
Vicente venció en aquel por quien
había sido vencido el mundo
De los sermones de
san Agustín, obispo
Sermón 276, 1-2
A vosotros se os ha concedido la gracia –dice el
Apóstol–, de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino
sufriendo por él.
Una y otra gracia había recibido del diácono
Vicente, las había recibido y, por esto, las tenía. Si no las
hubiese recibido, ¿cómo hubiera podido tenerlas? En sus palabras
tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.
Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe
en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con
rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios y, si
sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don
suyo.
Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo,
el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es
quien equipa a sus huestes con las armas espirituales, quien les
enseña el modo de luchar, quien les suministra su ayuda, quien les
promete el remedio, quien, habiendo dicho a sus discípulos:
En el mundo tendréis
luchas, añade inmediatamente, para consolarlos y
ayudarlos a vencer el temor:
Pero
tened valor: yo he vencido al mundo.
¿Por qué admirarnos, pues, amadísimos hermanos, de
que Vicente venciera en aquel por quien había sido vencido el mundo?
En el mundo –dice–
tendréis luchas;
se lo dice para que estas luchas no los abrumen, para
que en el combate no sean vencidos. De dos maneras ataca el mundo a
los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos, los atemoriza
para doblegarlos. No dejemos que nos domine el propio placer, no
dejemos que nos atemorice la ajena crueldad, y habremos vencido al
mundo.
En uno y otro ataque sale al encuentro Cristo,
para que el cristiano no sea vencido. La constancia en el
sufrimiento que contemplamos en el martirio que hoy conmemoramos es
humanamente incomprensible, pero la vemos como algo natural si en
este martirio reconocemos el poder divino.
Era tan grande la crueldad que se ejercitaba en el
cuerpo del mártir y tan grande la tranquilidad con que él hablaba,
era tan grande la dureza con que eran tratados sus miembros y tan
grande la seguridad con que sonaban sus palabras, que parecía como
si el Vicente que hablaba no fuera el mismo que sufría el tormento.
Es que, en realidad, hermanos, así era: era otro
el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a sus testigos, en el
Evangelio, al prepararlos para semejante lucha. Había dicho, en
efecto:
No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo
diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro
Padre hablará por vosotros.
Era, pues, el cuerpo de Vicente el que sufría,
pero era el Espíritu quien hablaba, y, por estas palabras del
Espíritu, no sólo era redargüida la impiedad, sino también
confortada la debilidad.
O bien:
Vicente, por su
fe, fue vencedor en todo
De los sermones de
san Agustín, obispo
Sermón 274, sobre el martirio de san
Vicente
Hemos contemplado un gran espectáculo con los ojos
de la fe: al mártir san Vicente, vencedor en todo. Venció en las
palabras y venció en los tormentos, venció en la confesión y venció
en la tribulación, venció abrasado por el fuego y venció al ser
arrojado a las olas, venció, finalmente, al ser atormentado y venció
al morir por la fe.
Cuando su carne, en la cual estaba el trofeo de
Cristo vencedor, era arrojada desde la nave al mar, Vicente decía
calladamente:
«Nos derriban, pero no nos rematan».
¿Quién dio esta paciencia a su soldado, sino aquel
que antes derramó la propia sangre por él? A quien se dice en el
salmo: Porque tú,
Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi
juventud. Un gran combate comporta una gran gloria, no
humana ni temporal, sino divina y eterna. Lucha la fe, y cuando
lucha la fe nada se consigue con la victoria sobre la carne. Porque,
aunque sea desgarrado y despedazado, ¿cómo puede perecer el que ha
sido redimido por la sangre de Cristo?
Oración
Dios todopoderoso y eterno, derrama sobre nosotros
tu Espíritu, para que nuestros corazones se abrasen en el amor
intenso que ayudó a san Vicente a superar los tormentos. Por nuestro
Señor Jesucristo.