Oficio de lectura, 21 de enero.
Santa Inés,
Virgen y mártir
No tenía
aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria
Del
tratado de san Ambrosio,
obispo, sobre las vírgenes.
Libro 1, caps. 2. 5. 7-9
Celebramos hoy el nacimiento para el
cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una
mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés.
Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca
en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una
edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar
testimonio en la persona de una jovencita.
¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía
herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde
descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a
esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus
padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar
como si se tratara de una herida.
Pero ella, impávida entre las sangrientas
manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y
chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido
soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a
sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las
llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega
hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la
victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con
grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños
para quedar encerrados en ellos.
¿Una nueva clase de martirio? No tenía
aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la
lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible
por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada
no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al
lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su
cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores,
sino de virtudes.
Todos lloraban, menos ella. Todos se
admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que
aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente.
Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por
su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue
capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente
de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede
hacer que sean superadas las leyes naturales.
El verdugo hizo lo posible para
aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con
ella. Pero ella dijo:
«Sería una injuria para mi Esposo esperar
a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué
esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser
amado con unos ojos a los que no quiero».
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz.
Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado;
como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los
rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se
mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de
la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del
martirio.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que eliges a
los débiles para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a
cuantos celebramos el triunfo de tu mártir santa Inés imitar la firmeza
de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo.
Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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