"Los misterios del bautismo del Señor"
De
los sermones de
san Máximo de Turín, obispo
Sermón 100, En la Epifanía, 1,3
Del Oficio de
Lectura, 11 de enero
Nos refiere el texto evangélico que el Señor
acudió al Jordán para bautizarse y que allí mismo quiso verse
consagrado con los misterios celestiales.
Era, por tanto, lógico que después del día del
nacimiento del Señor –por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera
años después– viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse
también fiesta del nacimiento.
Pues, entonces, el Señor nació en medio de los
hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le
dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el
misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo
acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre
lo abraza con su voz y dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto; escuchadlo. La madre acaricia al recién nacido en su
blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso
testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren,
el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.
De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino
a bautizarse y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.
No faltará quien diga: «¿Por qué quiso bautizarse,
si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse
con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella
corriente con su propia purificación y mediante el contacto de su
cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa
del agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica
toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la
fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían
de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta
mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan
luego tras él con confianza.
Así es como entiendo yo el misterio: Cristo
precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a
través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran
intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas,
para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como
dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo
aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los
israelitas y las olas les dejaban paso.
Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo
Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del
mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora,
mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la
columna de su cuerpo. Efectivamente, la misma columna, que entonces
ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la
que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces,
hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar;
ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.
Oración
Dios todopoderoso, tú que has anunciado al mundo,
por medio de la estrella, el nacimiento del Salvador, manifiéstanos
siempre este misterio y haz que cada día avancemos en su
contemplación. Por nuestro Señor Jesucristo.