Oficio de Lectura,
7 de
Diciembre,
San
Ambrosio Obispo y doctor de la Iglesia
Que el encanto de tu palabra cautive el favor del pueblo
De sus cartas, carta 2, 1-2. 4-5. 7
Recibiste el oficio sacerdotal y, sentado a la popa
de la Iglesia, gobiernas la nave contra el embate de las olas.
Sujeta el timón de la fe, para que no te inquieten las violentas
tempestades de este mundo. El mar es, sin duda, ancho y espacioso,
pero no temas: Él la fundó sobre los mares, el la afianzó sobre
los ríos.
Por consiguiente, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca
apostólica, se mantiene inconmovible entre los escollos del mundo y,
apoyada en tan sólido fundamento, persevera firme contra los golpes
de las olas bravías. Se ve rodeada por las olas, pero no
resquebrajada, y, aunque muchas veces los elementos de este mundo la
sacudan con gran estruendo, cuenta con el puerto segurísimo de la
salvación para acoger a los fatigados navegantes. Sin embargo,
aunque se agite en la mar, navega también por los ríos, tal vez
aquellos ríos de los que afirma el salmo: Levantan los ríos su
voz. Son los ríos que manarán de las entrañas de aquellos que
beban la bebida de Cristo y reciban el Espíritu de Dios. Estos ríos,
cuando rebosan de gracia espiritual, levantan su voz.
Hay también una corriente viva que, como un torrente corre por sus
santos. Hay también el correr del río que alegra al alma tranquila y
pacífica. Quien quiera que reciba de la plenitud de este río, como
Juan Evangelista, Pedro o Pablo, levanta su voz; y, del mismo modo
que los apóstoles difundieron hasta los últimos confines del orbe la
voz de la predicación evangélica, también el que recibe de este río
comenzará a predicar el Evangelio del Señor Jesús.
Recibe también tú de la plenitud de Cristo, para que tu voz resuene.
Recoge el agua de Cristo, esa agua que alaba al Señor. Recoge el
agua de los numerosos lugares en que la derraman esas nubes que son
los profetas.
Quien recoge el agua de los montes, o la saca de los manantiales,
puede enviar su rocío como las nubes. Llena el seno de tu mente,
para que tu tierra se esponje y tengas la fuente en tu propia casa.
Quien mucho lee y entiende se llena, y quien está lleno puede regar
a los demás; por eso dice la Escritura: Si las nubes van llenas,
descargan la lluvia sobre el suelo.
Que tus predicaciones sean fluidas, puras y claras, de modo que, en
la exhortación moral, infundas la bondad a la gente, y el encanto de
tu palabra cautive el favor de pueblo, para que te siga
voluntariamente a donde lo conduzcas.
Que tus discursos estén llenos de inteligencia. Por lo que dice
Salomón: Armas de la inteligencia son los labios del sabio,
y, en otro lugar: Que el sentido ate tus labios, es decir:
que tu expresión sea brillante, que resplandezca tu inteligencia,
que tu discurso y tu exposición no necesite sentencias ajenas, sino
que tu palabra sea capaz de defenderse con sus propias armas; que,
en fin, no salga de tu boca ninguna palabra inútil y sin sentido.
Oración
Señor y Dios nuestro, tú que hiciste al obispo san Ambrosio doctor
esclarecido de la fe católica y ejemplo admirable de fortaleza
apostólica, suscita en medio de tu pueblo hombres que, viviendo
según tu voluntad, gobiernen a tu Iglesia con sabiduría y fortaleza.
Por nuestro Señor Jesucristo.