Oficio de Lectura,
25 de
Diciembre
Reconoce, cristiano, tu dignidad
De los sermones de san
León Magno, papa
Sermón 1 en la Natividad del Señor 1-3
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro
Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando
acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el tenor de la
mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la
participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el
júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte,
como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para
liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la
victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón;
anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de
los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios
divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla
con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera
vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan
jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz
a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén
celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no
habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción
de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los
ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a
Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se
apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos
amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir
con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una
nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con
todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la
generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has
sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver
con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué
cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado
del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has
convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar
con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a
la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
Oración
Oh Dios, que de modo admirable has creado al
hombre a tu imagen y semejanza, y de unmodo más admirable todavía
restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la
vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre
la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo.