Oficio de
lectura, 16 de agosto,
San Esteban de
Hungría
Hijo mío, escucha la corrección de tu padre
De los consejos de
san Esteban a su hijo
Caps. 1. 2. 10
En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te
recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que
conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y
desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te
ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón
llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por
cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la
Iglesia. En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo
lugar la Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza,
transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los
apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y,
aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares
ya es considerada como antigua.
En nuestro reino, hijo amadísimo, debe
considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una
especial vigilancia y protección; que este don, que la divina
clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser
destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu
negligencia.
Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón,
esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que
siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos,
seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los
jefes, los ricos y los del país, sino también con los
extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto
de esta benignidad será la máxima felicidad para ti. Sé
compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando
siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor:
Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con
todos, con los poderosos y con los que no lo son.
Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca
la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde,
para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y
no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte
nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para
nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando
la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte.
Todas estas cosas que te he indicado
someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie
es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno.
Oración
Dios todopoderoso, te rogamos que tu Iglesia
tenga como glorioso intercesor en el cielo a san Esteban de
Hungría, que durante su reinado se consagró a propagarla en este
mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.