Del Oficio de
Lectura, 11 de agosto,
Santa Clara,
Virgen
Atiende a la pobreza,
la humildad y la caridad de Cristo
De la carta de santa Clara,
virgen, a la beata Inés de Praga
Escritos de santa Clara.
Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado
alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su
corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes
celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da
nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el
alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará
los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los
ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la
gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo
nítido, el espejo que debes mirar cada día, oh reina,
esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para
que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la
variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han
de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y
esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la
dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como
puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus
diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero
decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y
envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza!
El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es
reclinado en un pesebre. En el medio del espejo, considera la
humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos
y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al
final de este mismo espejo, contempla la inefable caridad por la
que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de
muerte más infamante.
Este mismo espejo, clavado en la cruz,
invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo:
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay
dolor como mi dolor? Respondamos nosotros, a sus clamores y
gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: No hago más
que pensar en ello, y estoy abatido. De este modo, tu
caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey
celestial.
Contemplando, además, sus inefables delicias,
sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso
deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de tí, y
correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo
celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en
la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi
cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los
besos deliciosos de tu boca». Contemplando estas cosas, dígnate
acordarte de esta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo
tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón,
ya que te amo más que nadie.
Oración
Oh Dios, que infundiste en santa Clara un
profundo amor a la pobreza evangélica, concédenos, por su
intercesión, que, siguiendo a Cristo en la pobreza de espíritu,
merezcamos llegar a contemplarte en tu reino. Por nuestro Señor
Jesucristo.