TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
QUINTO SÁBADO DE CUARESMA
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 8, 1-13
El sacerdocio de Cristo en la nueva alianza
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de San Gregorio Nacianceno, Obispo
(Sermón 45, 23-24: PG 36, 654-655)
Vamos a participar en la Pascua
Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya
más clara que en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era,
si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es
también aún una figura). Pero dentro de poco participaremos ya en la
Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con
nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos
descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque
siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.
Qué cosa sea aquella bebida y aquella comprensión plena, corresponde a
nosotros aprenderlo, y a Él enseñárnoslo e impartir esta doctrina a sus
discípulos. Pues la doctrina de aquel que alimenta es también alimento.
Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un
sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no
de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la
Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan
los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los Ángeles.
Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más
muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien
ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo,
unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina,
avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo.
Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle
todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos
dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros
padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos
decididamente a su cruz.
Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás
crucificado con Él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu
Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor,
lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue
crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho
de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el
paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla
la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el
murmurador con sus blasfemias.
Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo
crucificó, y haz tuya la expiación del mundo.
Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el
cuerpo, y úngelo con ungüentos.
Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el
amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás
también quizá a los Ángeles o incluso al mismo Jesús.