Tiempo de Cuaresma
Lecturas de la liturgia de las horas
Quinto
Miércoles de Cuaresma
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 6, 9-20
La fidelidad de Dios, garantía de nuestra esperanza
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de San Agustín, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 85, 1: CCL 39, 1176-1177)
Jesucristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros
No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por
cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas,
uniéndolos a Él como miembros suyos, de forma que Él es Hijo de Dios e
Hijo del hombre al mismo tiempo, dios uno con el Padre y hombre con el
hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos
separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se
separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y
es invocado por nosotros.
Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra
cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues,
en Él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.
Por lo cual, cuando se dice algo de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo
en profecía, que parezca referirse a alguna humillación indigna de Dios,
no dudemos en atribuírsela, ya que Él tampoco dudó en unirse a
nosotros. Todas las criaturas le sirven, puesto que todas las criaturas
fueron creadas por Él.
Y así, contemplemos su sublimidad y divinidad, cuando oímos: En el
principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por
medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que
se ha hecho; pero, mientras consideramos esta divinidad del Hijo de
Dios, que sobrepasa y excede toda la sublimidad de las criaturas, lo
oímos también en algún lugar de las Escrituras como si gimiese, orase y
confesase su debilidad.
Y entonces dudamos en referir a Él estas palabras, porque nuestro
pensamiento, que acababa de contemplarlo en su divinidad, retrocede ante
la idea de verlo humillado; y , como si fuera injuriarlo el reconocer
como hombre a aquel a quien nos dirigíamos como a Dios, la mayor parte
de las veces nos detenemos y tratamos de cambiar el sentido; y no
encontramos en la Escritura otra cosa sino que tenemos que recurrir al
mismo Dios, pidiéndole que no nos permita errar acerca de Él.
Despierte, por tanto, y manténgase vigilante nuestra fe, comprenda que
aquel al que poco antes contemplábamos en la condición divina aceptó la
condición de esclavo, asemejado en todo a los hombres e identificado en
su manera de ser a los humanos, humillado y hecho obediente hasta la
muerte; pensemos que incluso quiso hacer suyas aquellas palabras del
salmo, que pronunció colgado de la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?
Por tanto, es invocado por nosotros como Dios, pero Él ruega como
siervo; en el primer caso, le vemos como creador, en el otro como
criatura; sin sufrir mutación alguna, asumió la naturaleza creada para
transformarla y hacer de nosotros con Él un solo hombre, cabeza y
cuerpo. Oramos, por tanto, a Él, por Él, y en Él, y hablamos junto con
Él, ya que Él habla junto con nosotros.
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Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María