TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Cuarto
martes de cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Levítico 19, 1-18. 31-37
Preceptos para con el prójimo
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de San León Magno, Papa
(Sermón 10 sobre la Cuaresma, 3-5; PL 54, 299-301)
Del bien de la caridad
Dice el Señor en el evangelio de Juan:
La señal por que conocerán
todos que sois discípulos míos será que os améis unos a otros; y en
la carta del mismo apóstol se leer: Queridos, amémonos unos a otros,
ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios.
Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con
un examen verídico, los efectos de su corazón; si llegan a encontrar
alguno de los frutos de la caridad escondido en sus conciencias, no
duden de que tienen a Dios consigo, y, a fin de hacerse más capaces de
acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una
misericordia perseverante.
Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la
Divinidad no admite verse encerrada por ningún término.
Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados
para ejercitarse en la caridad, por más que no hay tiempo que no sea a
propósito para ello; quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el
cuerpo y e alma santificados deben poner especial empeño en conseguir,
sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de
todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.
Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más
eminente, con el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades,
comencemos por preparar ofrendas de misericordia, para conceder, por
nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que la bondad de
Dios nos concedió a nosotros.
La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los
pobres y los impedidos por diversas debilidades, para que el
agradecimiento a Dios brote de muchas bocas, y nuestros ayunos sirvan de
sustento a los menesterosos. La devoción que más agrada a Dios es la de
preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio de la
misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No
hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas
expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede
faltar materia para la largueza allí donde Cristo apacienta y es
apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el
pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da.
Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá
la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el
bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para
sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y
multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor
nuestros, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los
siglos de los siglos.
Amén.