TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Cuarto
Lunes de Cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Levítico 16, 2-28
Fiesta de la expiación
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de Orígenes, Presbítero, sobre el libro del Levítico
(Homilía 9, 5. 10: PG 12, 515. 523)
Cristo es nuestro sumo sacerdote, nuestra propiciación
Una vez al año, el sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el
lugar donde se hallan el propiciatorio, los querubines, el arca de la
alianza y el altar del incienso, en aquel lugar donde nadie puede
penetrar, sino sólo el sumo sacerdote.
Si pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor
Jesucristo, y consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo
durante todo el año con el pueblo, aquel año del que Él mismo dice:
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar el
año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos que, en este año,
penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario, es
decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió
hasta el trono del Padre, para hacerle propicio al género humano y para
interceder por cuantos creen en Él.
Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a reconciliar a los
hombres con el Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo
esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que
abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de
propiciación por nuestros pecados.
Y, de manera semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación
cuando dice de Cristo: A quien Dios constituyó sacrificio de
propiciación mediante la fe en su sangre. De modo que el día de
propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo llegue a su
fin.
Dice le precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el
Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el
documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del
novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente.
Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de
propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado
a Cristo, el verdadero sumo sacerdote, que con su sangre hizo que Dios
te fuera propicio, y te reconcilió con el Padre, no te detengas en la
sangre física; piensa más bien en la sangre del Verbo, y óyele a Él
mismo decirte: Esta es mi sangre, derramada por vosotros para el
perdón de los pecados.
No pases por alto el detalle de que esparció la sangre hacia oriente.
Porque la propiciación viene de oriente, pues de allí proviene el hombre
cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los
hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de donde
brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz
del día, para que no andes nunca en tinieblas ni en ellas aquel día
supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia
te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el
resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe
y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la paz.
Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María