TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Segundo
Martes de Cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo
16, 1-18. 35
La lluvia del maná en el desierto
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de San Agustín, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 140, 4-6; CCL 40, 2028-2029)
La pasión de todo el cuerpo de Cristo
Señor, te he llamado, ven deprisa.
Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo solo, lo dice el Cristo
total. Pero se refiere, sobre todo, a su cuerpo personal; ya que,
cuando se encontraba en este mundo, Cristo oró con su ser de carne, oró
al Padre con su cuerpo y, mientras oraba, gotas de sangre destilaban de
todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con
más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir
el flujo de sangre de todo su cuerpo sino la pasión de los mártires de
la Iglesia?
Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo.
Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir:
Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si
se acaba la tribulación, se acaba la llamada; per si, en cambio, la
tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin
de los tiempo, no sólo has de decir: Te he llamado, ven deprisa,
sino también: Escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos
como ofrenda de la tarde.
Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza de
la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el
Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque
no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos
representados allí. Pues lo que de Él colgó en la cruz era lo que había
recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado,
Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios
con Él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde,
como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él,
exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del
Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto acepto a Dios.
Aquella ofrenda de la tarde se convirtió en ofrenda matutina por la
resurrección. La oración brota, pues, pura y directa del corazón
creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más
agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.
Así, pues,
nuestro hombre viejo –son palabras del Apóstol- ha
sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de
pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado.