TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Segundo
Jueves de Cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 18, 13-27
Moisés nombre jueces
SEGUNDA LECTURA
De los Tratados de San Hilario, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 127, 1-3: CSEL 24, 628-630)
Del verdadero temor del Señor
¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!
Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que
tener en cuenta que nunca se habla sólo de él, como si el temor fuera
suficiente para conducir la fe hasta su consumación, sino que se le
añaden o se le anteponen muchas otras cosas por las que pueda
comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor; como
podemos deducir de lo dicho por Salomón en los Proverbios: Si
invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como
el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del
Señor.
Vemos, en efecto, a través de cuántos grados se llega al temor del
Señor. Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda
suerte de menesteres intelectuales, así como buscarla y tratar de dar
con ellas; entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Pues, por lo
que se refiere a la manera común del pensar humano, no es así como se
acostumbra a entender el temor.
El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad
humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que
acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la
conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más
valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el
padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que
nuestra frágil naturaleza nos la pone delante. Tampoco aprendemos lo
que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que lo
suscitan en nosotros.
En cambio, del temor del Señor, así está escrito:
Venid, hijos,
escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. De manera que el
temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se lo
encuentra en el miedo, sino en el razonamiento doctrinal; no brota de un
estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de
los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento
de la verdad.
Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su
contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos
de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos,
pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que exige
el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y
lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el
alma, para tu bien.
Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que Él mismo es
el camino. Pero, cuando habla de sí mismo, se denomina a sí mismo
«camino», y muestra la razón de llamarse así, cuando dice: Nadie va
al Padre, sino por mí.
Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder
encontrar el único que es bueno, ya que, a través de la doctrina de
muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Pues hay caminos
en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las
diversas obras de los mandamientos, y son bienaventurados los que andan
por ellos, en el temor de Dios.