TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Primer
viernes de cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 12, 21-36
La plaga de los primogénitos
SEGUNDA LECTURA
Del Espejo de la caridad, del Beato Elredo, Abad
(Libro 3, 5: PL 195, 582)
Debemos practicar la caridad fraterna según el ejemplo de Cristo
Nada nos anima tanto al amor de los enemigos, en el que consiste la
perfección de la caridad fraterna, como la grata consideración de
aquella admirable paciencia con la que aquel que era el más bello de
los hombres entregó su atractivo rostro a las afrentas de los
impíos, y sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las cosas, a ser
velados por los inicuos; aquella paciencia con la que se presentó su
espalda a la flagelación, y su cabeza, temible para los principados y
potestades, a la aspereza de las espinas; aquella paciencia con la que
se sometió a los oprobios y malos tratos, y con la que, en fin, admitió
pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre, sin
dejar de mantenerse en todo momento suave, manso y tranquilo. En
resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el
esquilador, enmudecía y no abría la boca.
¿Habrá alguien que, al escuchar aquella frase admirable, llena de
dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se apresure a abrazar con todas su alma a sus enemigos?
Padre
–dijo-, perdónalos. ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad
que pudiera añadirse a esta petición?
Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos, quiso
también excusarlos. «Padre –dijo-, perdónalos, porque no
saben lo que hacen. Son, desde luego, grandes pecadores, pero muy
poco perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos. Crucifican, pero
no saben a quién crucifican, porque si lo hubieran sabido, nunca
hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre,
perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de
alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo.
Pero yo les había escondido mi rostro, y no pudieron conocer mi
majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
En consecuencia, para que el hombre se ame rectamente a sí mismo,
procure no dejarse corromper por ningún atractivo mundano. Y para no
sucumbir ante semejantes inclinaciones, trate de orientar todos sus
afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana del Señor. Luego,
para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los atractivos de
la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus enemigos con un
verdadero amor.
Y para que este fuego divino no se debilite ante las injurias, considere
siempre con los ojos de la mente la serena paciencia de su amado Señor y
Salvador.