TIEMPO DE CUARESMA,
Lecturas de la liturgia de las horas
Primer
martes de cuaresma
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 6, 29-7, 25
Primera plaga de Egipto
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de San Cipriano, Obispo y mártir, sobre el Padrenuestro
(Caps. 1-3: CSEL 3, 267-268)
El que nos dio la vida nos enseñó también a orar
Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las
enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que
corroboran la fe, alimentos del corazón, gobernalle del camino, garantía
para la obtención de salvación; ellos instruyen en la tierra las mentes
dóciles de los creyentes, y los conducen a los reinos celestiales.
Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus
siervos; pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, las que
atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que estuvo
presente en los profetas, pues ya no pide que se prepare el camino al
que viene, sino que es Él mismo quien viene abriéndonos y mostrándonos
el camino, de modo que quienes, ciegos y abandonados, errábamos antes en
las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la luz de
la gracia y alcanzáramos el camino de la vida, bajo la guía y dirección
del Señor.
El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos
con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la
manera de orar, y, a su vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo
que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a
orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás,
para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre
con la misma oración que el Hijo nos enseñó.
El Señor había ya predicho que se acercaba la hora en que los verdaderos
adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad; y cumplió lo que
antes había prometido, de tal manera que nosotros, que habíamos recibido
el espíritu y la verdad como consecuencia de su santificación,
adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con sus
normas.
¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por
Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo, y qué
plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de labios del
Hijo, que es la verdad? De modo que orar de otra forma no es sólo
ignorancia, sino culpa también, pues Él mismo afirmó: Anuláis el
mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.
Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos
enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige
con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus
oídos.
Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio
Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuene en la
voz, y, puesto que lo tenemos como abogado por nuestros pecados ante el
Padre, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que somos,
empleemos las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que
hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz no será
nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus
propias palabras?