MIÉRCOLES SEGUNDO DE ADVIENTO, liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 25, 6-26, 6
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de
San Agustín, Obispo, sobre los Salmos
(Salmo 109, 1-3: CCL 40, 1601-1603)
Las promesas de Dios se nos conceden por su Hijo
Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su
cumplimiento.
El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan
Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos.
Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya
recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha prometido. La
promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse mediante
escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas
para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el
escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era,
como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas.
Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna
de los Ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura
de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del
miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última
es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros
esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya
cosa alguna. Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo
relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.
Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a
los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación.
Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo
prometido por Dios –a saber, que los hombres habían de igualarse a los
Ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza,
debilidad, polvo y ceniza-, no sólo entregó la escritura a los hombres
para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y
no a cualquier príncipe, o a un Ángel o Arcángel, sino a su Hijo único.
Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde
nos llevaría al fin prometido.
Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del
camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras
caminar por Él.
Debía, pues, ser anunciado el Unigénito Hijo de Dios en todos sus
detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por
lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la
derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después
del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una
segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de
ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que
amenazó, y a los justos los premios que ofreció.
Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero,
para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado
porque primero fue creído.
Esta
página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María.