Lunes
primero de Adviento, lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Isaías 1, 21-27; 2, 1-5
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas pastorales de
San Carlos Borromeo,
obispo
(Acta Ecclesiæ Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)
Sobre el tiempo de Adviento
Ha
llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que
, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación,
de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente
desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y
anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia
celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo
momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la
misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su
inmenso amor hacia nosotros, pecadores, no envió a su Hijo único, para
librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e
introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino,
manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres,
comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de
su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
La
Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia
nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos
enseña que la venida de Cristo no sólo aprovecho a los que vivían en el
tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos
comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la
gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a
sus mandamientos.
La
Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una
vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en
cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la
abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo
obstáculo.
Por eso,
durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de
nuestra salvación , nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras
palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir
convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande,
a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de
nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir
nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras
y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los
imitáramos.