JUEVES
PRIMERO DE ADVIENTO,
Liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 16, 1-5; 17, 4-8
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de
San Efrén, Diácono, sobre el Diatésaron
(Cap. 18, 15-17: SCh 121, 325-328)
Vigilad, pues vendrá a de nuevo
Para
atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida,
Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los Ángeles ni el Hijo. No os
toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos
esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros
pueda pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el
tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y
las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho
muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas
las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.
Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su venida, no se
advierte con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a un
cambio constante, estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún,
continúan todavía. La última venida del Señor, en efecto, será semejante
a la primera. Pues, del mismo modo que los justos y los profetas lo
deseaban, porque creían que aparecería en su tiempo, así también cada
uno de los fieles de hoy desea recibirlo en su propio tiempo, por cuando
que Cristo no ha revelado el día de su aparición. Y no lo ha revelado
para que nadie piense que Él, dominador de la duración y del tiempo,
está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que el mismo Señor
ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que Él mismo ha
detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales
para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran
que el advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.
Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina;
y nuestra actividad entonces no será dirigida por la voluntad, sino por
los impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado
sopor –por ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía-, es el enemigo
quien domina el alma y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del
cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.
Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo,
para que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el
entorpecimiento y el temor, como dice la Escritura: Sacudíos la
modorra, como es razón; y también: Me he levantado y estoy
contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo ello, nosotros,
encargados de este ministerio, no nos acobardamos.
Esta
página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María