20 de
diciembre
Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 48, 1-11
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de
San Bernardo, Abad, sobre las excelencias de la
Virgen Madre
(Homilía 4, 8-9: Opera Omnia, Edición Cisterciense, 4 [1966] 53-54)
Todo el mundo espera la respuesta de María
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será
por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel
aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo
envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la
divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida
seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos
todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta
seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del
paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con
todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de
la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus
pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra
depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la
libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos
de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al Ángel, o, por mejor decir, al
Señor por medio del Ángel; responde una palabra y recibe al que es la
Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra
fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad
se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo
conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En
este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es
buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en
las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento,
las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes
está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y
después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate,
corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el
consentimiento.
Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra.