19 de
diciembre
Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta
Isaías 47, 1, 3b-15
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de
San Ireneo, Obispo, contra las herejías
(Libro 3, 20, 2-3: SCh 34, 342-344)
La economía de la encarnación redentora
La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de
la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.
De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así
los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo:
Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia
de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue
privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias
al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de Éste.
Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria
procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro
que el poderosísimo dios que hace que todo exista, y si permanece en el
amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de Él
aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta
hacerse semejante a aquel que murió por él.
Porque el Hijo de dios se encarnó
en un carne pecadora como la
nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo
fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse
semejante a Él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar.
Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole
así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el
hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre
a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito
del Padre.
Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra
salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya
que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no
tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al
referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que
habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra
salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?
Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro
Señor Jesucristo.
También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón:
«Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,
viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por
nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.