17 de
diciembre
Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 45, 1-13
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de
San León Magno, Papa
(Carta 31, 2-3: PL 54, 791-793)
El misterio de nuestra reconciliación
De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada
Virgen María y como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree
descendiente de aquella estirpe que en el Evangelio se le atribuye.
Pues dice Mateo: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abrahán; y a continuación viene el orden de su origen humano hasta
llegar a José, con quien se hallaba desposada la madre del Señor.
Lucas, por su parte, retrocede por los grados de ascendencia y se
remonta hasta el mismo origen del linaje humano, con el fin de poner de
relieve que el primer Adán y el último Adán son de la misma naturaleza.
Para enseñar y justificar a los hombres, la omnipotencia del Hijo de
Dios podía haber aparecido, por supuesto, del mismo modo que había
aparecido ante los patriarcas y los profetas, es decir, bajo apariencia
humana: por ejemplo, cuando trabó con ellos un combate o mantuvo una
conversación, cuando no regio la hospitalidad que se le ofrecía y comió
los alimentos que le presentaban.
Pero aquellas imágenes eran indicios de este hombre; y las
significaciones místicas de estos indicios anunciaban que él había de
pertenecer en realidad a la estirpe de los padres que le antecedieron.
Y, en consecuencia, ninguna de aquellas figuras era el cumplimiento del
misterio de nuestra reconciliación, dispuesto desde la eternidad, porque
el Espíritu Santo aún no había descendido a la Virgen ni la virtud del
Altísimo la había cubierto con su sombra, para que la Palabra hubiera
podido ya hacerse carne dentro de las virginales entrañas, de modo que
la Sabiduría se construyera su propia casa; el Creador de los tiempos no
había nacido aún en el tiempo, haciendo que la forma de Dios y la de
siervo se encontraran en una sola persona; y aquel que había creado
todas las cosas no había sido engendrado todavía en medio de ellas.
Pues de no haber sido porque el hombre nuevo, encarnado en una
carne pecadora como la nuestra, aceptó nuestra antigua condición y,
consustancial como era con el Padre, se dignó a su vez hacerse
consustancial con su madre, y, siendo como era el único que se hallaba
libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza, la humanidad hubiera
seguido para siempre bajo la cautividad del demonio. Y no hubiésemos
podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se
hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza.
Por esta admirable participación ha brillado para nosotros el misterio
de la regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por
cuya virtud Cristo fue concebido y nació, hemos nacido de nuevo de un
origen espiritual.
Por lo cual, el evangelista dice de los creyentes:
Éstos no han
nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.