Soldado iraquí abraza la vida monástica
«El Señor me dijo: “Ven y sígueme”»
Un ex soldado iraquí de Nínive,
tras dramáticas experiencias de guerra,
ingresó en un monasterio caldeo (católico).
El religioso ha
pedido permanecer en el anonimato.
Publicado por FIDES, Agencia de la
Congregación Vaticana para la Evangelización
de los Pueblos.
Vengo de una familia cristiana. En 1984 era soldado del ejercito iraquí.
Combatí en la guerra contra Irán militando durante casi cuatro años en
el ejército. He combatido también contra los kurdos y entre otras
adversidades fui hecho prisionero: un grupo de guerrilleros kurdos me
capturó y permanecí tres meses en la montaña sufriendo crueles torturas.
Me liberaron porque mi familia pagó como rescate 10.000 dinares.
La vida militar en el ejército de Saddam me agotó y huí, por lo que me
convertí en un desertor. La policía me capturó y un tribunal militar me
condenó a prisión por deserción.
En aquel período descubrí la oración como verdadero alimento espiritual.
Viví esta crisis con mucho dolor y sufrimiento en cuerpo y alma. Pero el
Señor estaba siempre conmigo y no me dejó jamás, porque quien tiene fe
en el Señor nunca debe tener miedo y encuentra la paz y la alegría a
pesar de las situaciones de angustia.
Dice el salmo: «Fui joven, ya soy viejo, nunca vi al justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan» (Sal 37, 25).
Comencé a interrogarme sobre el verdadero sentido de la vida y sobre los
verdaderos valores, preguntándome dónde y cuándo podría encontrar el
camino adecuado de mi existencia en el mundo ¿Qué camino deberé seguir
para llegar a la verdadera felicidad?
A las preguntas sobre mí mismo se añadían otros interrogantes: ¿por qué
hay guerras, injusticias y odio en el mundo? ¿Por qué la humanidad no
puede vivir en paz? En aquel momento de angustia, oí una voz fuerte
dentro de mí que me llamaba: «Ven y sígueme, encontraras el verdadero
sentido de tu vida». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
En 1988 terminó la guerra y seguí un curso de estudios en la Universidad
en mi ciudad, Nínive. Continuaba frecuentando la Iglesia y pidiendo a
Dios que confirmara mi vocación.
En 1991 comenzó la Guerra del Golfo y la situación de la mayoría de la
gente empeoraba de día en día. Muchas familias emigraban de Irak.
También yo habría querido unirme a la diáspora.
En 1993 me inscribí en un curso de Teología y sentí en lo profundo de mi
corazón lo dulce y buena que es la Palabra de Dios. La conciencia de la
vocación se hizo más fuerte y entonces respondí a la llamada del Señor.
Es el Señor quien llama y es Él quien da el primer paso hacia el hombre.
Después de un intenso período de oración, en 1995 dejé a mi familia y mi
ciudad para seguir al Señor y entré en el convento de los Monjes Caldeos
que se encuentra en Bagdad. Ahora estoy perfeccionando mis estudios.