EL EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO EN LA VIDA DE SS JUAN PABLO II
Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
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Con todo mi agradecimiento a Nuestro Señor Jesús, por su pasión de amor, y al Santo Padre Juan Pablo II, por amar como Jesús nos amó, en el 20 Aniversario de la Carta Apostólica "Salvifici Doloris".


En Cuaresma y muy especialmente al iniciar la Semana Santa, estamos llamados a contemplar el misterio de la Redención, y como la redención ha sido realizada mediante la cruz de Cristo, o sea, mediante su sufrimiento, es que de manera particular en este tiempo litúrgico debemos afrontar el tema del valor del sufrimiento humano. Quisiera que afrontemos este tema, adentrándonos en la visión que SS Juan Pablo II ha querido presentar a la Iglesia y al mundo, durante todo su Pontificado.

SS Juan Pablo II, el 11 de Febrero de 1984, al concluír el Año de la Redención, promulgó una Carta Apostólica"Salvifici Doloris" en la que nos llamaba a descubrir el valor salvífico del sufrimiento. Valor que no solo ha testificado con sus palabras y su Magisterio, sino que lo ha hecho con su propia vida, convirtiéndose así, en testigo viviente del Evangelio del Sufrimiento redentivo.

El Papa nos ha recordado tantas veces que la redención realizada por Cristo, al precio de la pasión y muerte de cruz, es un acontecimiento decisivo y determinante en la historia de la humanidad, no solo por que cumple el designio divino de justicia y misericordia, asumiendo nuestros pecados y pagando por ellos, alcanzándonos así, la salvación. Sino que también, porque el sufrimiento del Dios-hecho hombre, revela al hombre un nuevo significado del sufrimiento. Significado que el corazón humano ha buscado incesantemente entender porque el sufrimiento ha acompañado al hombre a lo largo y a lo ancho de la historia y a través de toda la geografía; porque el sufrimiento es casi inseparable de la existencia terrena del hombre en su doble dimensión: física y moral. Es por esto, que es necesario reflexionar sobre su sentido y su misterio. (SD, 2y3)

VERDADERO SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
Las Sagradas Escrituras nos dicen claramente que el sufrimiento es una consecuencia del pecado cometido por nuestros primeros padres. Antes de esto Adan y Eva vivían en un paraíso terrenal, sin sufrimiento, lucha o enfermedad. Por el pecado, se introduce en la historia humana el sufrimiento y vemos que el hombre ha tratado de todas formas de evadir el sufrimiento y escapar de él.

En el AT el sufrimiento es considerado, como castigo o pena infligida por Dios a causa del pecado de los hombres. El sufrimiento y el mal son identificados el uno con el otro. Sin embargo, el libro de Job sin desvirtuar las bases de este orden moral fundado en la justicia (culpa-pena) demuestra con claridad que los principios de este orden no se deben aplicar de manera exclusiva y superficial."Pues si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a una culpa, no es verdad, por el contrario que todo sufrimiento es consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo" (SD,11).

En la figura del justo Job se nos muestra que el sufrimiento tiene también carácter de prueba. Como, también, los sufrimientos vividos por el pueblo de Dios, son una invitación a la conversión, o sea, tienen un propósito educativo. Esos son un acto de misericordia de Dios quien busca la educación y conversión del pueblo:"los castigos no vienen para la destrucción sino para la corrección de nuestro pueblo". (2 Mac 6,2) O sea, tiene el propósito de reconstruir el bien en la misma persona que sufre, hacerle superar el mal, que bajo diversas formas está tan latente en el corazón del hombre, y que se manifiesta en su relación con Dios y con los demás.

La vida de Job, en cierto modo prefigura a Cristo, es un anuncio de su pasión. Que el Mesías sufriría estaba muy claro en los testigos mesiánicos del AT. Ejemplo de ello es el cuarto poema del Siervo Sufriente en el libro del Profeta Isaías 53: 2-6: "No tenía apariencia ni presencia.. Varón de dolores y sabedor del sufrimiento.. Soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores...traspasado por nuestras iniquidades.. Molido por nuestros pecados... soportó el castigo que nos trae la paz... y por sus llagas hemos sido sanados".

En esta Escritura se nos invita a contemplar el sufrimiento como medio de revelación del amor divino: amor que es salvífico: "cargó con nuestros pecados"..."soportó nuestros sufrimientos"... "traspasado por nuestras iniquidades". Revela el amor divino, que siempre salva, siempre libera y redime. Es el amor que se da hasta el extremo "sin escatimar en nada" (palabras del Corazón de Jesús a Santa Margarita).

El amor es, por lo tanto, la fuente más rica para entender el sentido del sufrimiento, que siempre es un misterio. Para descubrir este misterio, a la medida posible, debemos contemplar la Cruz de Cristo: el amor salvífico de Cristo que por sus llagas hemos sido sanados."La cruz de Cristo --la pasión-- arroja una luz completamente nueva sobre este misterio, dando otro sentido al sufrimiento humano en general" (JPII, 1988). O sea, que para tratar de leer el misterio del sufrimiento, debemos desde la Cruz de Cristo, leerlo desde el lenguaje del amor.

EL SUFRIMIENTO ES VENCIDO POR EL AMOR
Jn 3:16: "Por que tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga vida eterna". Estas palabras de Cristo en su diálogo con Nicodemo, nos introducen en el mismo corazón de la acción salvífica de Dios. La salvación es la liberación del mal, pero no solo del temporal sino ante todo del mal definitivo, o, sea, de la pérdida de la vida eterna, de la felicidad eterna. El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para liberarla, ante todo, de este mal definitivo y de este sufrimiento definitivo. El Redentor conquista el mal con el bien: conquista el pecado por su obediencia hasta la muerte y una muerte de cruz. Conquista la muerte, resucitando, volviendo a la vida. Conquista dando la vida por la humanidad, para que tenga vida eterna."No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15).

En su misión mesiánica Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano como nos dice el libro de los Hechos 10,38:"pasó haciendo el bien": a los enfermos, pobres, afligidos, hambrientos, oprimidos por el demonio, a los ciegos, paralíticos, y hasta los muertos. Jesús era sensible a todo sufrimiento humano. Al mismo tiempo instruía poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diverso sufrimientos en su vida temporal: los pobres, los que lloran, los mansos, los que se purifican, hambre y sed, perseguidos, insultados, etc. invitándoles a vencer con el bien ante esas adversidades.

El se acercó al sufrimiento no solo para tocarlo y sanarlo, sino que lo asumió sobre si: fatiga, exilio, falta de donde descansar, incomprensión, traición, hostilidad, pobreza, abandono, difamación, calumnia, enemistad, golpes, burlas, azotes, insultos, desprecio, hasta la crucifixión. Y lo hace medio de salvación.

El Hijo de Dios, sin merecerlo, movido por el amor salvífico, aceptó vivir y asumir el sufrimiento en la forma más plena y decidida, lo aceptó voluntariamente y libremente, (Jn 10,17:"doy mi vida.. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente"). porque estas son características del auténtico amor. Cristo se acercó y abrazó el mundo del sufrimiento humano; asumiéndolo redime, lo eleva, lo hace medio de salvación y liberación.

Definitivamente, el sufrimiento, es un misterio, si, un misterio que muy pocos logran plenamente descubrir... solo los santos, quienes habiendo profundamente contemplado la Cruz de Cristo, el rostro sufriente del Salvador, han sabido comprender su poder y su eficacia. Por ello decía el Padre Pió a sus hijos espirituales: "no desperdiciéis ningún sufrimiento, hagan el bien a través de ellos". Para que no desperdiciemos tantos sufrimientos personales, familiares, sociales, mundiales, y los convirtamos en fuente de salvación en unión con Cristo, es que el Santo Padre tanto nos llama a contemplar el Evangelio del sufrimiento y su poder salvífico... y para que tengamos hoy un testigo viviente del poder de este Evangelio, es que el Señor nos ha dado un Pontífice como Juan Pablo II.

Con su Cruz, Cristo, cambia radicalmente el sentido del sufrimiento. Ya no basta ver en él un castigo, o solo limitarnos a la prueba, o la corrección, es necesario descubrir en él la potencia redentora y salvífica del amor. El mal del sufrimiento, en el misterio de la redención de Cristo, queda superado y de todos modos es transformado: el sufrimiento se convierte en la fuerza para la liberación del mal, para la victoria del bien. Hace unos días, leía testimonios de los sacerdotes y religiosos que atendieron a las familias de los que murieron en los ataques terroristas de Madrid y ante tantos que eran verdaderamente edificantes, uno me conmovió particularmente. Un joven esposo que tenía 2 años de casado y perdió a su esposa y al bebé que llevaba en sus entrañas. Este joven, decía: "no lo entiendo, pero lo ofrezco a Cristo para que triunfe el amor sobre el odio". El sufrimiento acogido con amor es victoria sobre el mal.

FUERZA PARA LA LIBERACIÓN DEL MAL, PARA LA VICTORIA DEL BIEN.
"El dolor nos ha dicho el Santo Padre, especialmente en la fiesta de la Virgen de Lourdes, que es el día de la Jornada Anual del Enfermo, se convierte en manantial de vida para toda la humanidad, cuando se vive unido a Cristo". En la Rep Checa durante su viaje en 1997, el Papa se dirigió a todos los que sufren y dijo: "vosotros constituís una fuerza oculta que contribuye en gran medida a la vida de la Iglesia: con vuestros sufrimientos participáis de la redención del mundo. También vosotros estáis puestos por Dios de columna en el templo de la Iglesia para que seais su firme apoyo".

No esa acaso esto lo que dijera el apóstol San Pablo a los Colosenses en 1, 24: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia".

Estas palabras de San Pablo, son una invitación ofrecer nuestros sufrimientos generosamente a Cristo y con Cristo, para el bien de toda la Iglesia. No es que el sacrificio de Cristo haya quedado incompleto, sino que en la historia y en las generaciones, se hace presente con la cooperación amorosa de los miembros de su Cuerpo Místico. Esa cooperación, a través del sufrimiento abrazado con amor, es una llamada a "amar heroicamente, como él nos amó". "La redención de Jesús, realizada de forma completa 'en virtud de su amor satisfactorio, permanece constantemente abierta a todo amor que se manifiesta en el sufrimiento humano'. En la dimensión del amor, la redención, ya realizada plenamente, en cierto sentido se realiza constantemente." (SD 24,) Lo que el Santo Padre nos dice con estas palabras es que a través del sacrificio de Cristo y de su aceptación del sufrimiento por amor a los hombres, éste se ha convertido ahora en una victoriosa expresión de amor. El sufrimiento es ahora, por la Pasión de Cristo, un medio excelentísimo de crecer en el amor y de expresarlo. "Nos amó hasta el extremo" (Jn 13) Nos hace partícipes de este amor hasta el extremo, que es capaz de dar la vida por los demás, de alcanzar un bien a otros, a pesar de si mismo.

¿Acaso no invitó la Virgen Santísima en Fátima a los pequeños pastorcitos a entender la profundidad de esta dimensión redentiva del sufrimiento humano abrazado y ofrecido por amor? Esta fue su invitación: "Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que el deseara enviaros como reparación por los pecados con que El es ofendido y por la conversión de los pecadores?"

Es en esta dimensión del amor que el sufrimiento vivido en comunión por Cristo y ofrecido por el bien de la humanidad, se convierte en manantial de vida. El amor que es capaz de dejarse traspasar es el que da vida. Es el sufrimiento abrazado y asumido con amor, el que es capaz de dar vida: por ello el evangelio del sufrimiento está plenamente unido al evangelio de la vida, y estos dos evangelios fluyen del evangelio del amor.

En la conclusión de la Carta Apostólica nos dice el Santo Padre: "A vosotros que sufrís, os pido que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sóis débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión a la Cruz de Cristo".

Este ha sido precisamente el gran mensaje que Juan Pablo II ha querido dar al mundo y a la Iglesia. En un tiempo, donde el ser humano busca incesantemente huir del sufrimiento, y sin embargo está mas sumido en él, el Santo Padre ha querido que descubramos el valor y sentido del sufrimiento humano. Sin embargo, el evangelio del sufrimiento en el magisterio de Juan Pablo II no ha sido simplemente una carta apostólica; o una estrofa de un documento oficial, o el tema de una audiencia semanal. Ha sido mucho más: es un magisterio vivo. Él lo ha anunciado incesantemente en su preocupación por el mundo, atormentado por guerras, amenazado con bombas nucleares, violencia de todo tipo, desvalorización de la persona y vida humana, por el hambre, la enfermedad, la peste ... y toda clase de injusticias...; en su Santidad, el evangelio del sufrimiento se ha convertido en su misión al vivir en carne propia, desde su niñez hasta hoy, en contacto con los dramas de la humanidad, habiendo sido formado en el dolor, y habiendo permitido que tanto dolor, diese tanto fruto en él, para el bien de la Iglesia.

Siendo, el evangelio del sufrimiento para Juan Pablo II no solo un Magisterio enseñado sino plenamente vivido, quisiera dirigir nuestra mirada a la persona de Juan Pablo II, para que descubramos no solo en sus palabras sino en su vida, el valor salvífico del sufrimiento.

Marca distintiva de JPII: el sufrimiento
El sufrimiento es esencial para entender a SS JPII, tanto a nivel personal como étnico, histórico y teológico. En su propia vida ha sido testigo, desde muy pequeño, de tremendos sufrimientos personales: lo sintió por primera vez de modo intenso con la muerte prematura de su madre. Luego, siendo muy joven, la muerte de su hermano, la persona más cercana a él. Luego, poco tiempo después, el fallecimiento de su padre, quien había sido crucial en su formación religiosa. Además de sus pérdidas personales, vivió la segunda guerra mundial y la pobreza, así como la dura situación creada por el comunismo que dominaba en Polonia. Karol Wotyla, fue formado en la escuela, en que la Santísima Virgen, suele formar a almas particularmente elegidas para ser iconos mas visibles de Cristo Crucificado. Esta es la "escuela del sacrificio y del dolor" (expresión del P. Pío). Escuela que lo formó a ser un hombre austero, sensible al dolor, despojado desde muy pequeño de todos los apoyos y apegos humanos, para crecer así en total confianza en Dios y en María Santísima. Todo esto, además, aumentado por los grandes sufrimientos del pueblo Polaco, que por 200 años fue un pueblo víctima de alguna ocupación, opresión, guerra, abandono, falta de libertad en todos los aspectos, incluso o de religión.

Cuántas veces, le tocó presenciar, la violencia y sus desgarradoras consecuencias. Por ejemplo, un compañero de trabajo durante su seminario clandestino (así fue el seminario del Papa): "Para evitar la deportación a trabajos forzados en Alemania, en el otoño de 1940 empecé a trabajar como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica química Solvay. (...) Estaba presente cuando, durante el estallido de una carga de dinamita, las piedras golpearon a un obrero y lo mataron. Quedé profundamente desconcertado: Levantaron el cuerpo, el silencio invadió mi corazón. Mientras lo llevaban sentía en todos el agravio" (lLibro: Don y Misterio - D y M).

Para el Santo Padre, todos los sufrimientos de su niñez y juventud, no fueron solo experiencias profundas sino que revelan el poder que el dolor tiene de traer con su fuerza salvífica, una realidad que genera vida. "Si el grano de trigo muere, da mucho fruto" (Jn. 12, 24). Precisamente a propósito de su vocación sacerdotal, se expresó así: "...mi sacerdocio, ya desde su nacimiento, ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y mujeres de mi generación. La Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por eso, es aún más grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así como también hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de nación o de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal. De algún modo, me han introducido en este camino, mostrándome en la dimensión del sacrificio la verdad más profunda y esencial del sacerdocio de Cristo" (D y M).

Por estar tan conciente que su vocación es fruto del sufrimiento de muchos, nos diría el 11 de Febrero del 2000, en el Jubileo de los enfermos: "Queridos hermanos y hermanas que sufren, tenemos con ustedes una gran deuda. La Iglesia tienen con ustedes una gran deuda. También el Papa la tiene". Con esto quiere enfatizar un mensaje muy cercano a su corazón, y que a través de su pontificado, ha dirigido incesantemente a toda la humanidad: "el sufrimiento, junto con sus oraciones, son una fuerza poderosa de gracia y salvación para la Iglesia Universal." Por ello, también, con lágrimas en los ojos y con profunda gratitud, diría en su homilía del 13 de mayo del 2000, en Fátima durante la beatificación de los pastorcitos: "Gracias, gracias, pequeña Jacinta, porque por todos tus sufrimientos ofrecidos por ese Papa que tendría la sotana manchada de sangre, me has salvado la vida".

DEBO LLEVAR LA IGLESIA CON EL SUFRIMIENTO
Durante el Ángelus del 29 de mayo de 1994, al volver al Vaticano después de haber estado internado algunas semanas en el hospital Gemelli de Roma, el Santo Padre hizo una importante referencia al sufrimiento, recordando los momentos de dolor y consternación que habían acompañado al atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981: "Por medio de María quisiera expresar hoy mi gratitud por este don del sufrimiento, asociado nuevamente al mes mariano de mayo. Quiero agradecer este don. He comprendido que es un don necesario. El Papa debía estar en el hospital; debía estar ausente de esta ventana durante cuatro semanas; del mismo modo que sufrió hace trece años, debía sufrir también este año. (Tres veces dijo: el Papa debía) He meditado, he vuelto a pensar en todo esto durante mi hospitalización. Y he reencontrado a mi lado la gran figura del cardenal Wyszynski (...). Al comienzo de mi pontificado, me dijo: 'Si el Señor te ha llamado, debes llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio'. (...) Y he comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que eso no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este año? ¿Por qué en este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio -podría decir- superior: el evangelio del sufrimiento, con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio de las familias, de todas las familias y de cada familia. Quería añadir estas reflexiones en mi primer encuentro con vosotros, al final de este mes mariano, porque debo este don del sufrimiento a la Santísima Virgen, y se lo agradezco. Comprendo que era importante tener este argumento ante los poderosos del mundo. Tengo que encontrarme nuevamente con los poderosos del mundo y tengo que hablar. ¿Con cuáles argumentos? Me queda este argumento del sufrimiento. Y quisiera decirles: comprended, comprended por qué el Papa ha estado nuevamente en el hospital, por qué ha sufrido nuevamente, comprendedlo, pensad una vez más en ello".

¿No es conmovedor que un Papa tan fecundo en su Magisterio, en sus escritos, en sus palabras, nos diga que ya no le queda ningún argumento para combatir a las "fuerzas del mundo" sino el argumento del sufrimiento? Como bien nos dijo él: "comprended porque el Papa debía sufrir".

EL SUFRIMIENTO: UN DON MARIANO PARA EL PAPA
"Debo este don del sufrimiento a la santísima Virgen". Así ve el Papa todos sus sufrimientos. Desde niño, con una profunda devoción a la Virgen María, ha vivido en la escuela mariana del amor y del dolor. Para el Papa, ver en el dolor la mano materna de María es una realidad de toda su existencia. ¿Podría acaso olvidar que a los 22 años fue atropellado por un camión de ejército alemán y su cuerpo aparentemente sin vida fue a parar a un foso y que una mujer lo recogió, buscó la ambulancia, lo llevó al hospital, pero nunca nadie pudo identificarla y esa mujer sin nombre desapareció para siempre? El está convencido que aquella señora fue la Virgen.

El atentado del cual fue víctima en la plaza de San Pedro, sucedió el 13 de mayo de 1981, a la misma hora en que habían sido las apariciones de la Virgen en Fátima. De esta experiencia, de la cual no pudo dejar de notar su signo mariano, como también la protección materna de María, surge toda su profundización sobre el mensaje de Fátima, hasta llegar a descubrir en la tercera parte del secreto, que El es el Papa, revelado estas apariciones. El es el Papa "que iba a sufrir por el bien de la Iglesia". Por esto, ante todos los sufrimientos que ha padecido durante su vida y su pontificado, solo puede decir "agradezco a la Santísima Virgen por este nuevo don del sufrimiento". El sabe su valor salvífico...el comprende que como San Pablo, y todos los que sufren:. "completa en su carne, por amor, lo que hace falta para el bien de la Iglesia". Por ello, cuatro días después de este atentado desde su cama del hospital Gemelli, dijo: "Sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y el mundo".

¿Porque un don mariano? (Salvici Doloris, # 25)
El Evangelio del sufrimiento fue escrito ante todo con el propio sufrimiento de Cristo asumido por amor, por nosotros. Este sufrimiento se ha convertido en un rico manantial para quienes han participado y participan de él, con Cristo. Junto a Cristo, de manera primerísima y destacada, singular y única, a vivido el Evangelio del sufrimiento la Santísima Virgen. Junto a El está siempre Ella. Y la Virgen María es testimonio ejemplar de este evangelio. En ella los sufrimientos de Cristo, fueron plenamente vividos y participados "tu hijo será signo de contradicción... y a ti misma una espada te traspasará el corazón" (Luc 2) Recorrerá el mismo destino de su Hijo, el Redentor. Los sufrimientos de Cristo, son los suyos en totalidad.. Vividos en unión perfecta con El.

Nos enseña el Magisterio de la Iglesia, que los sufrimientos de la Virgen Santísima, por estar plenamente unidos a los de Cristo, fueron una contribución real a la redención de todos. En el evento del Calvario, el sufrimiento de María, junto al de Jesús, alcanzó un vértice difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación de la humanidad. Su estar al pie de la Cruz, fue una participación en la muerte redentora de Cristo... Ella, junto a Jesús, es testigo viviente del Evangelio del sufrimiento redentivo. Ella, nos enseña como lo hizo con San Juan, que estar al pie de la Cruz, sufriendo con Cristo, es una participación en la fecundidad redentora de la Cruz.

Su Santidad JPII, quien siempre ha tenido una particular sensibilidad espiritual al don de la
co-redención mariana, de la presencia y cooperación singular del evento de la Cruz, también ha comprendido la necesidad de acoger su maternidad para ser formado en un discípulo amado. El Papa ha comprendido que la primera característica de aquel apóstol llamado a testificar al mundo el amor redentor del Corazón traspasado de Cristo, debía para ser testigo estar con María al pie de la Cruz. El que tenía que dar a conocer el amor hasta el extremo de Cristo por la humanidad; El que tenía que revelar al mundo cuanto ha sido amado y el alto precio que costó nuestra salvación, debía estar con María, al pie de la Cruz; debía ser formado en la escuela mariana del amor y del dolor.

Por esto, el testigo actual de este amor redentor para la humanidad, esa voz que grita: abran las puertas de sus corazones al redentor", también debía como San Juan, estar en la escuela mariana del amor y del dolor.

El poder evangelizador del Sufrimiento: "Me queda este argumento del sufrimiento".
Esta etapa en la vida de Juan Pablo II es quizás la mas fecunda y espléndida de su Pontificado. Si, porque SS Juan Pablo II, muy lúcido de mente y con una sabiduría particular, nos muestra un cuerpo limitado y marcado por el dolor. Hace, dentro naturalmente de lo posible, su vida normal de Pontífice. Lleva adelante, con el peso de la Cruz sobre sus hombros, toda su labor pastoral. Todo lo realiza acompañado por el sufrimiento, es decir, por esa fuerza del amor sufriente, que da fecundidad a toda labor. Esto es el poder del evangelio del sufrimiento que se convierte en el argumento más poderoso y en la mayor fuerza evangelizadora. "Cuando sea levantado (en la cruz) atraeré a todos hacia Mi".

En la persona del Vicario de Cristo podemos ver acumulados los sufrimientos del cuerpo místico, la Iglesia: lleva en su rostro adolorido, el dolor de las manchas y arrugas con que sus miembros desfiguramos el rostro de la Iglesia; la limitación en sus piernas, nos revelan los bloqueos que enfrenta la Iglesia en avanzar el reino, su incapacidad de moverse libremente en tantas naciones del mundo; lleva la limitación de su voz, como en tantos lugares no es le es permitido a la Iglesia proclamar abiertamente el evangelio; lleva el su debilidad física, las luchas del cuerpo místico, lleva en sus hombros caídos por el peso de la Cruz, los tantos hombres y mujeres que por la fe, han sido martirizados, o sufren en las cárceles.... Se reflejan en la cabeza visible de la Iglesia, las penas y angustias cada vez más crecientes de los hombres y mujeres de nuestra generación, los sufrimientos de todos los pueblos, especialmente de aquellos más pobres y más débiles; mas golpeados por la violencia. En el se acumulan los dolores de la Iglesia... y también, se testimonia la fuerza del Espíritu Santo que la sostiene y la fortalece.

Realmente, contemplar la entrega abnegada y generosa del Santo Padre debe causarnos una profunda admiración y gratitud. El no esconde su debilidad física, mas bien saber hacer de ella, su mas poderoso argumento ante la fantasía de este mundo; sabe mostrar el poder de la debilidad ante un mundo obsesionado por el poder, y ante una cultura generalizada de muerte, de superficialidad, vanidad, placer y facilonería. Este reto a la fantasía para buscar lo mas digno y más propia de la dignidad de la persona humana, ha sido siempre una clara característica de su perfil humano.

El Papa se presenta hoy ante las gentes y los pueblos con el sufrimiento, considerándolo un fuerte y eficaz recurso de evangelización. Así es como Juan Pablo II conduce a la Iglesia y a la humanidad en este tercer milenio: llevando la cruz de Jesús.

Así va cada vez más pareciéndose a su Señor, el Siervo Sufriente; así presenta su misma fisonomía. Es un Papa que como Cristo, el siervo sufriente no tiene miedo de mostrar el sufrimiento abrazado por amor; no tiene miedo de mostrar un rostro no hermoso, un cuerpo no robusto; una fisonomía no fuerte... Es un Papa que quiere mostrarnos el rostro redentor del sufrimiento abrazado por amor, por el bien de la Iglesia. Quiere mostrarnos cual es el verdadero amor, cual es la verdadera libertad... cual es el verdadero rostro del hombre: somos capaces de Dios y de amar como él nos amó.

Ante este mundo tan desorientado el Papa se presenta como Profeta, pero ante todo como Icono viviente de Cristo Crucificado... y así, este Pontífice marcado por el sufrimiento en todas sus facetas, resulta ser uno de los mas grandes evangelizadores. Este es el gran tesoro que tiene hoy la Iglesia en su Pastor Universal, como lo tuvo en su Pastor Supremo.

Para el Santo Padre, en imitación de Cristo, elegir libremente no significa optar por evadir las cosas difíciles, sino mas bien es optar por lo más difícil. Es esa la verdadera libertad, pues es la libertad del verdadero amor. Por eso ha dicho tantas veces a quienes insidiosamente le invitan a abandonar su misión de Pastor: "si Cristo no se bajó de su Cruz, tampoco yo".
 

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