El esplendor del amor
Palabras de Madre Adela en la primera profesión
de las Hermanas Silvia y Delia
2 de febrero, 2007- Fiesta de la Presentación del Niño en el Templo

¡Qué bello el esplendor del amor, que se revela en la comunión de corazones! ¡Qué bello es estar todos juntos como familia contemplando la potencia luminosa del amor, cómo brillan los testigos del amor!

Muy estimado Monseñor Román, gracias por ser testigo viviente de un corazón de padre y pastor; gracias por amar a la Iglesia con todo su corazón. Queridos sacerdotes de la Familia de los Dos Corazones, gracias por ser imagen y presencia viva del Corazón Eucarístico y Sacerdotal de Cristo, por dar tanta vida a nuestra familia. Queridos sacerdotes que nos acompañan, gracias por su amor, por su ofrecimiento, por su fiat que nos enriquece diariamente con el don de recibir a Cristo en la Eucaristía. Queridos diáconos, gracias por ser testigos del Corazón de Cristo siervo, quien vino a revelarnos que la grandeza del corazón está en servir generosa e incondicionalmente. Queridas religiosas, gracias por ser imagen del corazón mariano: por ser testigos luminosos del amor esponsal y materno de la Virgen en el corazón de la Iglesia. Queridos seminaristas, queridas novicias y postulantes, gracias por escuchar los latidos de amor del Corazón de Jesús y por lanzarse tras su voz libremente, siguiéndole por dondequiera que les lleve. Queridos hermanos y hermanas, fieles laicos, gracias por remar mar adentro y ser testigos del amor en todos los sectores de la sociedad. Queridas familias, especialmente las familias de las hermanas que hoy han profesado sus votos, gracias por ser el terreno fértil en el cual las semillas de sus corazones lograron crecer y llegar a ser una ofrenda de amor a Dios. Hermanas Silvia y Delia, gracias por su sí, por responder con amor a Aquel que les ha amado primero; gracias por adornar con sus vidas el seno materno de nuestra congregación y de la Iglesia. A todos, gracias por estar aquí reunidos como una familia, siendo testigos del esplendor de la comunión de corazones, del esplendor de la Iglesia.

Esta noche está llena de luz, porque el amor siempre ilumina, porque en cada fiat, el amor triunfa. Porque cada fiat es un triunfo del amor, de la luz, en el corazón humano. Hoy es un día, en que como Simeón en el pasaje de la Presentación, todos podemos contemplar con nuestros ojos la potencia luminosa del amor de Dios que se convierte en la “luz de las naciones” y la “gloria de su pueblo”.

El anciano Simeón esperaba la llegada del Salvador, la consolación de su pueblo. El mundo de hoy se siente avejentado por el pecado, cansado por el egoísmo, agobiado por el peso de su lejanía de Dios y golpeado por su orgullo. El mundo de hoy necesita ver con sus ojos la luz del amor de Dios. Acabamos de contemplar a dos hermanas presentar y ofrecer sus vidas al Señor... hemos contemplado como el fuego ardiente del amor de Dios es capaz de encender el corazón humano y como ese fuego tiene la fuerza de irradiar su luz hasta los confines de la tierra.

¿Podrá haber testimonio más luminoso y elocuente ante nuestra cultura tan insaciable de placer, que el de un corazón que se deja consumir tanto por el amor de Dios, que puede llegar a decir: solo Dios basta?¿Podrá haber testimonio más luminoso y potente ante nuestra cultura tan ávida de poseer, que el de un corazón que se despoja de todo para encontrar su verdadera riqueza en el amor de Dios? ¿Podrá haber testimonio más luminoso y liberador en nuestra cultura que ha deformado el uso de la libertad, que el de un corazón que voluntariamente elige la obediencia a Dios como el camino para lograr progresivamente la verdadera libertad? ¿Podrá haber testimonio más luminoso y signo más visible ante nuestra cultura individualista y egoísta, que el de un corazón que opta por abrazar la vida fraterna, con sus gozos y sus limitaciones, como el camino para subir hacia la cumbre de la perfección del amor? ¿Podrá haber testimonio más luminoso que el amor que no escatima en nada por donarse? Solo el amor puede ser el testigo más elocuente y poderoso del Amor.

Hoy es una noche luminosa, hoy se han prendido dos pequeñas velas ante nuestros ojos. En realidad, el tamaño de las velas no es tan importante como el ardor con que iluminen. Hoy, queridas hermanas Silvia y Delia, lo único que pido al Señor es que su llama nunca se apague... que se dejen consumir por el amor del Corazón de Cristo. Que aunque su vela sea pequeña, su fuego sea lo suficientemente grande que ilumine a muchos. Que en los brazos de Nuestra Madre y con la compañía paterna de San José, sean presentadas en el Corazón de la Iglesia... y que con profunda sencillez de corazón, sean testigos del amor en un mundo que espera ansioso su consuelo.


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