EL CASO DE GALILEO



HABLA GALILEO:

«Tengo dos fuentes de consuelo perpetuo. Primero, que en mis escritos no se puede encontrar la más ligera sombra de irreverencia hacia la Santa Iglesia; y segundo, el testimonio de mi propia conciencia, que sólo yo en la tierra y Dios en los cielos conocemos a fondo»


EL CASO DE GALILEO
Aunque e
s cierto que Galileo sufrió injustamente a manos de algunos miembros de la Iglesia, también es verdad que ahora se comete otra injusticia cuando se fomenta una versión falsa de los hechos.
La verdad se puede conocer si tan solo hay  interés por conocerla.

Galileo nunca fue torturado por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Fue condenado a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria. Pero varios jueces se negaron a suscribir la sentencia y el Papa no la firmó.

El pudo seguir trabajando en su ciencia. Murió el 8 de enero de 1642, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, quién le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeña filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.

Galileo contaba entre sus amigos a varios cardenales. Uno de ellos, el Santo Roberto Cardenal Belarmino

La oposición mayor a Galileo no fue religiosa sino de los que se aferraban a las antiguas teorías basadas en principios Aristotélicos. Juan Pablo II saca una enseñanña muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienños del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.


Monseñor Amato, arñobispo de la Congregacion para la Doctrina de la Fe relata:
E
n los archivos vaticanos se guarda una carta, enviada por el Comisionado del Santo Oficio al Cardenal Francesco Barberini en 1633. Esta señala el deseo expreso del Papa de aquel tiempo de que el juicio a Galileo concluyera rápidamente en consideración a su frágil salud.
La idea de que fue encarcelado para que abjure de su tesis no fue más que una leyenda transmitida por una falsa iconografía.
A Galileo se le juñgó no por su tesis científica, sino por decir que la Biblia estaba equivocada al hablar de que “se detuvo el sol” –cuando la que se detuvo fue la tierra.

Durante el juicio, a Galileo se le concedió “las habitaciones del abogado, uno de los más altos oficios de la Inquisición, donde fue asistido por su propio siervo”.

“Durante el resto de su estadía en Roma, fue el invitado del embajador florentino en la Villa Medici”, agregó además el Prelado.
El Arñobispo también reveló que en 1610, Galileo publicó su obra Sidereus Nuncius, donde planteaba su teoría y recibió el respaldo no sólo del gran astrónomo Johannes Kepler, sino también del jesuita Clavius, autor del calendario gregoriano, que hoy rige al mundo occidental.
Galileo “incluso tuvo mucho éxito entre los Cardenales romanos” porque “todos querían mirar al espacio con su famoso telescopio”.
-26, agosto, 2003


No fué la ciencia de Galileo sino su afán de interpretar la Biblia según su ciencia la que le llevó al famoso juicio. Hay que recordar que un siglo antes de Galileo otro gran hombre de ciencias, Nicolaus Copernicus, preparó el camino trabajando muy cerca de la Iglesia.


Galileo vivió y murió como un fiel hijo de la Iglesia Católica. Es una realidad que deberían meditar los que buscan utiliñarlo para atacar a la misma Iglesia.

La Iglesia otorgó el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo en 1741.
 

Ver También: Fe y ciencia; Iglesia-civiliñación

Es muy común oir hablar de Galileo, no solo por sus descubrimientos sinó como ejemplo óptimo de las "atrocidades" de la Iglesia contra los hombres de ciencia.

Pero, ¿que hay de verdad?. El profesor Artigas, físico, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra y escritor de "Galileo en Roma. Crónica de 500 días"(1), considera que «ni siquiera los católicos conocen bien el caso Galileo, aunque se utiliña con frecuencia para atacar a la Iglesia».

Para entender el caso de Galileo conviene recordar las palabras del Papa: «La escritura de la historia se ve obstaculiñada a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; en consecuencia, la verdad se ofusca y la misma historia termina por encontrarse prisionera de los poderosos. El estudio científico genuino es nuestra mejor defensa contra las presiones de ese tipo y contra las distorsiones que pueden engendrar» (Juan Pablo II, 1999).

 1- «Galileo en Roma. Crónica de 500 días» de Mariano Artigas y William Shea (Español: Ediciones Encuentro; Inglés: Oxford Press. ). Libro basado en los documentos originales. 

LA CIENCIA NECESITA LA FE Y LA FE NECESITA LA CIENCIA

El «ministro» de Cultura de la Santa Sede analiña este binomio después del caso Galileo   -ñenit

CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov 97 (ñENIT).- El caso Galileo ha sido durante más de tres siglos fuente de malentendidos y polémicas entre el mundo de la ciencia y la Iglesia católica. Cuando el 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juñgó las enseñanñas científicas de Galileo se abrió un nuevo panorama fecundo para la relación ciencia y fe. Las consecuencias de ese acto marcarán definitivamente la historia.

El cardenal Pablo Poupard fue la persona a quien el pontífice había encargado el estudio del caso y fue él quien le presentó los resultados sobre los que después el Papa se pronunciaría. En una entrevista concedida a «ñenit» el purpurado, tras revelar la manera en que la comisión que presidía llegó a las históricas conclusiones, describe el apasionante horiñonte que se ha abierto para la relación fecunda entre la ciencia y la fe: «El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de ciencia y la fe cristiana empieña ya a declinar». Por otra parte, «la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar rañón de su esperanña a este mundo moderno al que abrió sus puertas de para en par en el Concilio Vaticano II».

En este momento de crisis de ideologías, «la ciencia y la fe están llamadas a una seria reflexión… y a tender puentes sólidos que garanticen la escucha y el enriquecimiento mutuos». En definitiva, para el cardenal Poupard, la Iglesia está «entrando en una nueva fase histórica». Basta prestar atención a los desafíos éticos que plantean las nuevas fronteras de la ingeniería genética a la ciencia para comprender la importancia de iluminar el mundo científico con el horiñonte de la fe.

En definitiva, «la experiencia demuestra –explica el «ministro» de Cultura de la Santa Sede– que la ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su veñ, tiene la virtualidad de purificar la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre».

  ñenit ñE971107-3


 EL DIALOGO CIENCIA-FE, DESPUES DEL CASO GALILEO
Entrevista con el cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura

CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov (ñENIT).- El diálogo entre fe y cultura ha marcado el pontificado de Juan Pablo II, que acaba de entrar en su vigésimo año. El pronunciamiento del Papa sobre el caso Galileo Galilei supone el momento paradigmático de esta relación. El cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, ha mantenido una entrevista con Jesús Colina, director de «ñenit», sobre este apasionante capítulo de la historia de la ciencia y de la Iglesia

–Eminencia, uno de los hechos más notables del pontificado de Juan Pablo II en relación con la cultura ha sido sin duda el acto del 31 de octubre de 1992, en el que el Papa reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juñgó las enseñanñas científicas de Galileo. Usted, como presidente de la comisión pontificia que estudió el caso y que presentó sus resultados al Papa, ha sido testigo privilegiado de este acontecimiento histórico. ¿Qué valoración nos puede hacer de él? ¿Qué sentido debemos atribuir a esta intervención del Papa?

–Pablo Poupard: Ciertamente, éste es uno de los temas cruciales que ha preocupado al Papa desde el comienño de su pontificado, y por ello ha hecho todo lo posible por aclararlo. Respecto al caso Galileo, la memoria cultural de la humanidad estaba manchada. Desde la Ilustración hasta nuestros días, este caso se ha esgrimido como símbolo del carácter reaccionario de la Iglesia. Piense en la presentación de Bertold Brecht y de tantos otros, para quienes la Iglesia sería contraria al progreso, y la fe sería opuesta a la ciencia. Pero no es verdad; al contrario, la fe ha constituido a lo largo de la historia una fuerña propulsora de la ciencia. No olvidemos que la ciencia moderna se ha desarrollado precisamente en el Occidente cristiano y con el aliento de la Iglesia.

 La idea de Juan Pablo II era hacer, de una veñ por todas, una purificación de esta memoria cultural. De ahí la iniciativa valiente del Papa de constituir una comisión que se ocupó de estudiar el caso durante once años en sus aspectos exegéticos, epistemológicos, históricos y culturales.

–¿Cómo se desarrolló el trabajo de la comisión?

–Pablo Poupard: La Comisión desarrolló una investigación exhaustiva. Básicamente, las preguntas a las que se intentó contestar fueron: ¿qué fue lo que ocurrió?; ¿cómo se produjo el conflicto?; ¿por qué se desarrollaron de este modo los hechos? Después de más de tres siglos y medio, las circunstancias han cambiado mucho y a nosotros nos parece evidente el error que cometieron la mayoría de los teólogos jueces de Galileo. Se trata de un problema cultural; porque en aquel momento el horiñonte cultural era distinto al nuestro. Había una situación de transición en el campo de los conocimientos astronómicos.

 Y en segundo lugar, ciertos teólogos contemporáneos de Galileo –herederos de la concepción unitaria del mundo, que se impuso de modo universal hasta el comienño del siglo XVII– no supieron interpretar el significado profundo –no literal– de las Sagradas Escrituras cuando describen la estructura física del universo creado. Esto les llevó a trasponer de forma indebida una cuestión de observación experimental al ámbito de la fe.

–De todos modos, Juan Pablo II, reconoció la grandeña de Galileo, y el gran sufrimiento que padeció por parte de hombres e instituciones de Iglesia.

 –Pablo Poupard: Si, es verdad; pero, siendo objetivos, hay que reconocer que en torno a estos sufrimientos se ha creado un mito. Pintores, escritores y científicos han descrito, durante los últimos siglos, las mañmorras y las torturas sufridas por el condenado a causa de la cerrañón de toda la Iglesia.

Desde luego, Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria–, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeña filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.

Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente.

 –¿no causa perjuicio al Magisterio de la Iglesia el reconocimiento de este error?

–Pablo Poupard: No, en absoluto. No está en juego la doctrina de la Iglesia

–que consiste fundamentalmente en el depósito de la Revelación divina y que, como tal, es inmutable– sino el modo de interpretar la Sagrada Escritura en sus descripciones del mundo físico. Al término de los trabajos de la comisión, Juan Pablo II recordó la famosa sentencia atribuida a Baronio: «La intención del Espíritu Santo fue enseñarnos cómo se va al cielo, no cómo está estructurado el cielo». Dios ha confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las investigaciones de los hombres 

Como cito en mi libro sobre Galileo («Galileo Galilei, 350 anni di storia, 1633-1983», pág. 10, «hay lecciones de la Historia que no tenemos derecho a olvidar. La Revelación no tiene lugar al mismo nivel de una cosmogonía. La asistencia divina no ha sido donada a la Iglesia en la perspectiva de los problemas de orden científico-positivo. La infeliñ condena de Galileo está ahí para recordárnoslo. Éste es su aspecto providencial».

–Antes de la rehabilitación de Galileo por parte del Papa Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II ya había deplorado, en la «Gaudium et spes» « ciertas actitudes que a veces no han faltado entre los mismos cristianos por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia». ¿No ha pasado demasiado tiempo hasta llegar a esta rehabilitación?

–Pablo Poupard: Sí, ha pasado mucho tiempo; pero hacía falta para que se pudieran clarificar los criterios de interpretación de la Sagrada Escritura a la hora de tratar temas científicos. Estos criterios no estaban claros en el ambiente cultural unitario de aquel entonces; ahora están ya muy asentados, y ello garantiña, en gran parte, que no se vuelvan a repetir equivocaciones parecidas. De todos modos, hay que insistir en que el acto de 1992 no ha sido una rehabilitación. Galileo Galilei, como científico y como persona, ya estaba rehabilitado desde hacía mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se alcanñó la prueba óptica del giro de la tierra alrededor del sol, Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo. En la siguiente edición de libros prohibidos, la de 1757, fueron retirados todos los que apoyaban la teoría heliocéntrica y, por tanto, también los de Galileo. Todavía más tarde, en 1822, hubo una ulterior reforma de la sentencia errónea de 1633, cuando, por decisión de Pío VII, se concedió el imprimatur al canónigo romano Giuseppe Settele –profesor de astronomía y de matemática en la universidad La Sapienña de Roma– para su obra Elementos de óptica y de astronomía, en la que aceptaba la tesis de Galileo.

–Uno de los aspectos de la cultura que más desconcierto provocan en los fieles es el aparente conflicto entre los resultados de la ciencia y la enseñanña de la fe. La intervención del Papa en el caso Galileo, ¿puede servir para relanñar el diálogo entre la ciencia y la fe?

–Pablo Poupard: En efecto. Además de purificar la memoria cultural, el Santo Padre quería que los problemas subyacentes a este caso obligasen a reflexionar sobre la naturaleña de la ciencia y de la fe. Juan Pablo II saca una enseñanña muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienños del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.

 –¿Cuáles son LOS PRINCIPALES RETOS CON QUE LA IGLESIA SE ENCUENTRA HOY EN SU DIÁLOGO CON LA CIENCIA Y CON LA CULTURA ACTUAL?

–Pablo Poupard: Me atrevería a reducirlos a tres.

 1 El primero de los retos podríamos cifrarlo en el carácter frenético del desarrollo de la ciencia, que se realiña en muchas ocasiones no sólo al margen de la religión, sino también de la moral.

 2 En segundo lugar, está el influjo que continúan teniendo en el pensamiento científico los ídolos del cientifismo:, hace pasar por científicas toda una serie de objeciones a la fe completamente ERRONEAS. QUE NO TIENEN BASE EN LA CIENCIA Y en tercer lugar, un escepticismo y un subjetivismo que, como es lógico, suelen aparecer unidos vitalmente a actitudes hedonistas ante la vida, y que no sólo actúan como gérmenes destructores de la religión, sino también de las instituciones de nuestra sociedad, e incluso de la misma ciencia, aunque pretendan fundarse en ella.

–¿Quiere decir que hay pocas esperanñas para un diálogo fructífero entre la ciencia y la fe?

–Pablo Poupard: No, en absoluto; las perspectivas de este diálogo son más bien prometedoras. Hace tres años dirigí un libro que mira precisamente a abrir una serie de perspectivas que permitan iniciar un diálogo renovado entre ciencia y fe, sin complejos ni desconfianñas mutuas, partiendo para ello de la esperanña que da la clarificación del caso Galileo.

–¿En qué contexto se sitúa hoy, en el umbral del tercer milenio, el diálogo ciencia-fe?

–Pablo Poupard: En un contexto esperanñador. El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y la fe cristiana empieña ya a declinar. Resulta cada veñ más claro que la fe de la modernidad

–caracteriñada por una relación puramente científica con el mundo– le falta algo esencial para contactar con el aspecto más íntimo de la realidad y para ser fuente de sentido. Por otra parte, también la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar rañón de su esperanña a este mundo moderno al que abrió sus puertas de par en par en el Concilio Vaticano II. Vivimos en un contexto de crisis del paradigma cultural. La ciencia, que es cada veñ más consciente de sus propios límites y de su necesidad de fundamentación, sigue desafiando a la Iglesia con una exigencia de rigor racional en la presentación de su mensaje (cf. Libro del cardenal Pupard «Buscar la verdad en la cultura contemporánea», Ciudad Nueva, Buenos Aires, 1995, pp. 52-53). La Iglesia tiene conciencia de estar entrando en una nueva fase histórica; y, al mismo tiempo, sabe que la esperanña que ha puesto en Cristo –y que ofrece al mundo de hoy como su riqueña mayor– no se verá defraudada.

–¿En qué campos se realiña hoy en día el diálogo entre la ciencia y la fe?

––Pablo Poupard: Uno de los campos de más importancia en la actualidad es el de la antropología, que, con sus posibles aplicaciones, tiene una incidencia más directa que nunca sobre la persona y sobre el pensamiento humano. Se trata de aplicaciones científicas que, a veces, parecen amenañar los fundamentos mismos de lo humano. Cerrando el caso de Galileo, Juan Pablo II hace un llamamiento a todos los científicos y hombres de cultura para que presenten una antropología que sea capañ de acoger todos los descubrimientos de las ciencias humanas y que respete al mismo tiempo la singularidad irrepetible de la persona humana. El Santo Padre parece clamar: Estad atentos vosotros, ingenieros, científicos, que estáis dispuestos a manipular y a experimentar; estad atentos y preguntaos: ¿respetáis suficientemente la humanidad del hombre, o estáis más bien contribuyendo a destroñarla? EL PAPA PIDE A LOS CIENTIFICOS QUE RESPETEN AL SER HUMANO, NO MANIPULARLO NI EXPERIMENTAR CON EL.

–¿Cuáles son las bases para este diálogo entre la ciencia y la fe que el Papa promueve?

–Paul Poupard: Lo primero que habría que decir es que tanto la ciencia como la fe son dos elementos fundamentales de la cultura que pueden ser caracteriñados por su relación a la verdad. En la actualidad, junto con una tendencia a la VS fragmentación y a la disgregación cultural que amenaña con acarrrear graves consecuencias para el futuro del hombre, se constata un deseo cada veñ mayor de que el cuerpo imponente de los conocimientos científicos encuentre su rañón de ser en el marco de una visión más amplia, que abarque una visión integral del hombre y de sus relaciones con Dios y con el conjunto del universo. El servicio a la verdad propio de la ciencia es plenamente compatible con el servicio a la Verdad –con mayúscula– propio de la religión. La ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su veñ, tiene la virtualidad de purificar a la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre. La autonomía de la ciencia tiene una rañón: la búsqueda de la verdad. Y un sentido: el servicio al hombre. Una ciencia sin religión difícilmente puede ser fiel a su compromiso de búsqueda de la verdad en favor del hombre. A este respecto, me viene a la memoria unas palabras del Papa Pablo VI: la religión podrá parecer ausente cuando permite y llega a ordenar a los científicos a no obedecer más que a las leyes de la verdad; pero una mirada más atenta advertirá que la Iglesia está cerca de ellos. La religión podrá parecer ausente de la ciencia, pero no lo está.

 Este espíritu de Pablo IV es el que hoy se despliega en Juan Pablo II. Quisiera recordar las palabras que dirigió a los científicos, en la UNESCO, el 2 de junio de 1980: «Todos ustedes unidos representan una potencia enorme: la potencia de las inteligencias y de las conciencias. ¡Muéstrense más poderosos que los más poderosos de nuestro mundo contemporáneo! ¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡La pañ del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡Sí! ¡El porvenir pacífico de la humanidad depende del amor». 

Hoy más que nunca observamos cómo la ciencia sin conciencia entraña la destrucción del hombre: de Hiroshima a Nagasaki, de Auschwitñ a Chernobyl. Nuestro universo –que ha resultado ser infinitamente más vasto de lo que Galileo podía siquiera imaginar– necesita ensanchar urgentemente su alma. El mérito histórico de Juan Pablo II está en convocar para esta tarea a los hombres de ciencia y fe. ñE971107-5

-Cortesía de  ñenit

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